domingo, julio 15, 2007

La puta de Babilonia



Columna publicada en El Sábado del 14 de julio

El escritor colombiano Fernando Vallejo tiene el gran mérito de dar al insulto, a la denuncia, al adjetivo calificativo, una nueva cota de intensidad en la narrativa universal. Hay pocos escritores tan iracundos como Vallejo, cuyas novelas constituyen despiadados y feroces retratos de una sociedad en disolución, amenazada por la carcoma, la ruina y la furia desatada. A él se le ajusta perfecto el adjetivo de apocalíptico. Las doce plagas de Egipto son poco, casi nada, al lado de la tragedia que se abate sobre Medellín y Colombia en novelas como La Virgen de los sicarios o El desbarrancadero. Vallejo cultiva, además, el estilo y el lenguaje con un cuidado poco habitual en las letras contemporáneas, cuestión que siempre hay que agradecer. Así, el despliegue de su narrativa –torrencial, para seguir con los tópicos– es una continua fiesta verbal, plena de hallazgos, siempre sugerente, con una cadencia atrapante que a veces apabulla por la riqueza y variedad de recursos.


Todo ello está también en La puta de Babilonia, un ensayo, se diría, pero muy a la manera de Vallejo. Un ensayo que es también una interminable imprecación en el estricto sentido del diccionario, proferir palabras con que se expresa el vivo deseo de que alguien sufra mal o daño, fundada en el mal y daño que ese alguien –la Iglesia Católica– ha causado a lo largo de los siglos; un magnífico repertorio de insultos, un lujo de pirotecnia verbal; un ensayo en el sentido clásico, desde luego, escrito en el cual un autor desarrolla sus ideas sin necesidad de mostrar el aparato erudito; y una apasionada defensa de los animales, otro tópico esta vez personal y recurrente de Fernando Vallejo. Sin notas a pie de página ni bibliografía, el escritor colombiano funda la eficacia de su requisitoria en el poder del lenguaje y extrema sus recursos hasta límites que pueden ser difíciles de tolerar para lectores no advertidos, pero no por ello renuncia a la exposición de hechos. Más allá de la denuncia iracunda que alimenta estas páginas, Vallejo da prueba, una vez más, de su extraordinaria capacidad de uso del lenguaje, a contracorriente de las tendencias que buscan complacer al lector con productos previamente digeridos.

LA PUTA DE BABILONIA Fernando Vallejo. Editorial Planeta, México D. F., 2007. 317 págs.

Comienzo del libro:

LA PUTA, LA GRAN PUTA, la grandísima puta, la santurrona, la simoníaca, la inquisidora, la torturadora, la falsificadora, la asesina, la fea, la loca, la mala; la del Santo Oficio y el Índice de Libros Prohibidos; la de las Cruzadas y la noche de San Bartolomé; la que saqueó a Constantinopla y bañó de sangre a Jerusalén; la que exterminó a los albigenses y a los veinte mil habitantes de Beziers; la que arrasó con las culturas indígenas de América; la que quemó a Segarelli en Parma, a Juan Hus en Constanza y a Giordano Bruno en Roma; la detractora de la ciencia, la enemiga de la verdad, la adulteradora de la Historia; la perseguidora de judíos, la encendedora de hogueras, la quemadora de herejes y brujas; la estafadora de viudas, la cazadora de herencias, la vendedora de indulgencias; la que inventó a Cristoloco el rabioso y a Pedropiedra el estulto; la que promete el reino soso de los cielos y amenaza con el fuego eterno del infierno; la que amordaza la palabra y aherroja la libertad del alma; la que reprime a las demás religiones donde manda y exige libertad de culto donde no manda; la que nunca ha querido a los animales ni les ha tenido compasión; la oscurantista, la impostora, la embaucadora, la difamadora, la calumniadora, la reprimida, la represora, la mirona, la fisgona, la contumaz, la relapsa, la corrupta, la hipócrita, la parásita, la zángana; la antisemita, la esclavista, la homofóbica, la misógina; la carnívora, la carnicera, la limosnera, la tartufa, la mentirosa, la insidiosa, la traidora, la despojadora, la ladrona, la manipuladora, la depredadora, la opresora; la pérfida, la falaz, la rapaz, la felona; la aberrante, la inconsecuente, la incoherente, la absurda; la cretina, la estulta, la imbécil, la estúpida; la travestida, la mamarracha, la maricona; la autocrática, la despótica, la tiránica; la católica, la apostólica, la romana; la jesuítica, la dominica, la del Opus Dei; la concubina de Constantino, de Justiniano, de Carlomagno; la solapadora de Mussolini y de Hitler; la ramera de las rameras, la meretriz de las meretrices, la puta de Babilonia, la impune bimilenaria tiene cuentas pendientes conmigo desde mi infancia y aquí se las voy a cobrar.

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martes, julio 03, 2007

Mujeres en guerra, 1: Marie "Missie" Vassiltchikov

Marie "Missie" Vassiltchikov nació en San Petersburgo en 1917. Llegó a Berlín, Alemania, en 1940, huyendo de la invasión soviética a Lituania, país donde su familia se había refugiado tras la Revolución de Octubre. Familia aristocrática, de la "Rusia Blanca" que combatió contra los bolcheviques; familia exiliada, pues, del poder y de la patria, pero aún con tierras donde ejercer su estilo de vida y con una vasta red de contactos con la nobleza de toda Europa. Missie creció en Lituania, aprendió a hablar inglés y francés, pero su fuga terminó en Berlín.

Entre enero de 1940 y septiembre de 1945 llevó un detallado diario, editado y publicado por su hermano George en 1985, con el título Los diarios de Berlín (1940-1945). Hay una edición de 1989 en Seix Barral, accesible en librerías de segunda mano en España, y una muy reciente de la editorial El Acantilado. Missie había encontrado trabajo en el Ministerio de Relaciones Exteriores del Tercer Reich; trabajo -el de ella-burocrático, con poco acceso a información confidencial, pero sí con el cotidiano contacto y la amistad con algunos de los principales conspiradores que querían asesinar a Hitler para negociar cuanto antes la paz.

El diario de Missie es un notable documento de época. Con saltos, con meses perdidos, con entradas irregulares, de todos modos cubre la vida cotidiana en Berlín (y en Viena y otras ciudades austríacas en 1945) durante el período de la guerra. No destaca por el estilo, más bien práctico y casi telegráfico en ocasiones, ni por el análisis político, sino como demostración de la capacidad de sobrevivencia en una época y en un lugar durísimos para vivir. Missie nunca se derrumba, ni siquiera cuando fracasa el atentado del conde von Staufenberg y muchos de sus amigos más cercanos van a dar a las cárceles de la SS, y nunca deja que se pierda de vista que se trata de una mujer joven, guapa y coqueta, que aprovecha las ocasiones más inesperadas para tenderse al sol y tratar de broncease.

Entre los conspiradores y amigos se contaban los descendientes de ilustres familias alemanas, como Otto y Gottfried von Bismarck y Paul Metternich, quien se casó con una hermana de Missie. Una de las primeras entradas narra una recepción en la embajada de Chile en Berlín, primera oportunidad para que la autora y protagonista pueda encontrarse con sus amistades europeas y bailar hasta la madrugada en Berlín. Uno de los acontecimientos que Missie narra con más detalle es el matrimonio del príncipe Constantino de Baviera con Marie-Adelgunde de Hohenzollern, que se celebró en el Castillo Sigmaringen a mediados de 1942. Missie, por estos y otros detalles, ha sido calificada de superficial y frívola, pero ello sólo habla mal de los lectores que incurren en esos calificativos. Missie es, ante todo, una joven normal, cuya ansia de vivir no claudica ante los horrores de la guerra. Y así como narra su fiesta en Sigmaringen, da detalles también de los bombardeos a Berlín y -con mucha delicadeza- de los avances de la conspiración. El diario acelera el pulso narrativo en los cruciales meses de 1944, cuando finalmente los conspiradores pasaron a la acción y, lamentablemente, fracasaron. Casi de manera milagrosa, Missie y su amiga Loremarie Schönburg, una de las conspiradoras más imprudentes, salieron indemnes, pero como testigos impotentes ante la detención (y muerte, en muchos casos) de sus amigos. En septiembre, pocas semanas después del atentado, Missie obtuvo una licencia médica y abandonó Berlín. En 1945, recuperada, se fue a Viena y fue reclutada como enfermera. Ella y dos amigas siguieron la ruta de fuga de los hospitales hacia el Oeste, huyendo del implacable avance soviético.

Missie sobrevivió a la guerra, a la desnutrición y a la escarlatina que la tumbó en la cama cuando la guerra ya había terminado. El 17 de septiembre, cuando ya todo estaba volviendo a un cauce más normal, puso fin a su diario. "Regresé en coche a Johannisberg a través de Bad Schwalbach, pasando por los preciosos bosques de Taunus. Allí el silencio es absoluto, y una sensación de paz y quietud lo invade todo".

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