miércoles, septiembre 13, 2006

Vietnam, cine y libros 1: rumiando la derrota

Ni Francis Ford Coppola, Ni Michael Cimino, ni Stanley Kubrick, entre otros cineastas que se han adentrado en el trauma de Vietnam, estuvieron en aquel país. Leyeron los diarios, vieron los noticiarios televisivos, pero, sobre todo, leyeron libros sobre aquella guerra y en ellos basaron sus obras, las más notables películas sobre la guerra de Vietnam.

El que escapa del molde del libro como referencia es Cimino, quien es coautor de la historia junto a otros tres guionistas profesionales; y también porque aborda, como solía ser su costumbre hasta que Hollywood le cortó las alas, varias historias en una. Así, el horror absoluto de la guerra vietnamita es, en The Deer Hunter ("el cazador de ciervos", muy mal traducida al español como El francotirador), un episodio dentro de una historia de inmigrantes a Estados Unidos que confrontan su identidad grupal y sus historias familiares respecto del quiebre de la guerra. Con todo, Cimino es el autor de algunas de las más poderosas secuencias sobre la infinita brutalidad de la última guerra cuerpo a cuerpo, con las granadas cayendo en refugios subterráneos abarrotados de gente y el juego atroz de la ruleta rusa en jaulas sobre el agua barrosa de los ríos vietnamitas.

Coppola, en cambio, quiso hacer la síntesis total del conflicto, de su absurdo, de su brutalidad, de su sin sentido. Para ello se apoyó formalmente en una novela extraordinaria de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, la historia de un inglés que sube el curso de un río africano en busca de un recolector de marfil que ha extraviado el rumbo y se ha erigido en un pequeño dios de los nativos. Sin duda que el personaje de Kurz, perdido aguas arriba con su corte y sus ritos, da un índice de la locura aparejada a aquel enfrentamiento. Pero, si de Conrad obtuvo la estructura del relato y aquella frase final que queda resonando en el espectador -"el horror, el horror"-, quien le proporcionó el clima fue otro escritor, Michael Herr. En Despachos de guerra (1977, editado por Anagrama en 1980), se reúne un puñado de crónicas que merecieron, en su momento, elogios como el de John Le Carré ("El mejor libro que he leído sobre los hombres y la guerra en nuestro tiempo") o el de William Burroughs ("Después de leer Despachos de guerra resulta difícil transmitir el impacto de realidad total que se produce cuando se desmoronan todas las fachadas del patriotismo y el heroísmo y todo el fraude colosal de la intervención norteamericana y quedan al descubierto los huesos mondos del miedo, la guerra y la muerte"). Y es que, realmente, se trata de crónicas estremecedoras por su carga de verdad, escritas por un corresponsal que no vaciló en llegar hasta el corazón de las batallas, que quedó tan herido como los marines locos que pueblan su relato. Una guerra desquiciante, absurda y de una violencia inimaginable: esa es la que está en las páginas de Herr, que provee el pulso, el tono, el ambiente, a películas como Apocalypse Now o Full Metal Jacket, de Stanley Kubrick. En la primera, escribió el monólogo que Willard va recitando a lo largo del filme, que entrega al relato su columna vertebral; en la segunda, participó en la escritura del guión.

La de Kubrick se basa en Un chaleco de acero, de Gustav Hasford, novela editada en 1979 en inglés y en 1985 en español, por Seix Barral. El libro es notable, aunque menos impactante que las crónicas de Herr, y Kubrick se ciñe bastante a la historia, aunque, hay que decirlo, a través de una versión que la aliviana de muchos de los horrores que Hasford relata en su novela. Por ejemplo, tras haber matado a la francotiradora vietnamita, el personaje conocido en el libro como Fiera y en la película como Motherfucker le corta la cabeza, como un gesto para afirmar que es más hombre que el novato que la hirió de muerte; y, luego, otro marine del pelotón le corta los pies y los pone en una mochila donde colecciona extremidades de sus "bajas comprobadas". Nada extraño en el desquiciado panorama de Vietnam: Herr cuenta sus encuentros con soldados que posaban para la foto, sonrientes, con una cabeza cortada en su mano, o con toda una colección de orejas de vietnamitas muertos. Kubrick, atento a los efectos de su relato, omite aquellos detalles para resaltar la historia mayor. Pudor fílmico explicable por la feroz violencia de las imágenes sobre la palabra escrita, pero escamoteo, al fin y al cabo.

La participación de Herr se refleja de manera transparente en la escena de Full Metal Jacket en que un coronel interpela a Joker por usar un símbolo de la paz sobre su chaleco antibalas. El coronel lo confronta con lo que lleva escrito en el casco, "Nacido para matar". Pero el Joker de la novela jamás llevo un casco con esa leyenda. Es Herr el que enumera, en su reportaje sobre la batalla de la ciudadela de Hue, algunas de las leyendas escritas en los cascos de los marines. Vale la pena citar el párrafo completo (las mayúsculas son de Herr): "Todos los demás que iban en el camión tenían aquella expresión desquiciada y angustiada camino-del-Oeste que decía que era perfectamente correcto estar allí, donde la lucha sería más dura, donde no tendrías ni la mitad de lo que necesitabas, donde hacía más frío del que jamás hubiera hecho en Vietnam. En los cascos y en los chalecos antibalas habían escrito los nombres de viejas operaciones, de novias, sus nombres de guerra (MAS ALLA DEL VALOR, VENGADOR V, MECANISMO POCO SEGURO), sus fantasías (NACI PARA PERDER, NACI PARA ARMAR LA DE DIOS, NACI PARA MATAR, NACI PARA MORIR), su información presente (SORBOS DEL INFIERNO, EL TIEMPO ESTA DE MI PARTE, SOLO TU Y YO, DIOS, VALE?)". Que el título de la película de Kubrick en español se base en aquella leyenda tiene, sin duda, un sustento comercial: es más convincente que el español "Un chaleco de acero", que difícilmente se relaciona, como en inglés, con la capsula metálica que recubre la bala de fusil, pero también es un involuntario reconocimiento a Herr.

La derrota estadounidense, completada en 1975, comenzó a estructurarse en enero de 1968, con la ofensiva de Tet. Una de las batallas inmediatamente posteriores, la recuperación de Hue, está en Full Metal Jacket y en las crónicas de Herr. Hue, con su palacio imperial y sus mansiones en la ribera del río Perfume, fue alguna vez una de las ciudades más hermosas de Vietnam. Tuvo que ser desalojada edificio por edificio y pieza por pieza, con bajas enormes para los infantes de marina y para la CAV (división aerotransportada, mucho más eficiente que los marines en el logro de sus objetivos, según Herr) y señaló otro factor pavoroso para “el ejército del faraón”, como lo denominó otro memorialista de Vietnam, Tobias Wolff: este enemigo retrocedería sólo con la muerte y el exterminio total. Los cientos de miles de toneladas de bombas y de napalm que arrasaron el país en aquellos años tienen su origen en la porfía suicida de los soldados del vietcong, dispuestos a una forma de combatir que, sencillamente, no estaba en los manuales de las academias estadounidenses. La historia del francotirador que narran, con énfasis distintos, Hasford y Ford Coppola, queda, sin embargo, reducida a anécdota al lado de las magistrales paginas que escribió Herr en su reportaje "Sorbos infernales", el primero que, desde las páginas de la revista Esquire, llamó la atención sobre su mirada iconoclasta, desesperanzada y cruelmente sincera sobre la guerra.

Algo sobre Tobias Wolff. El segundo tomo de sus memorias se llama En el ejército del faraón (la edición original es de 1993 y la española, por Alfaguara, de 1997), y narra, entre otras cosas, su permanencia en Vietnam, destinado como oficial de apoyo de un batallón sudvietnamita apostado en el Delta del Mekong, durante un año en el que la verdadera guerra se libraba en otros frentes. El riesgo era distinto porque enfrentaban guerrillas y no ejércitos regulares y no hay punto de comparación entre aquella guerra moderada con las despiadadas batallas de Hue o de Je Sang contadas por Herr, aunque por cierto que había peligro. El teniente Wolff arriesgó su vida para canjear un fusil vietnamita, preciado trofeo de guerra, por un televisor en color para ver un capítulo especial de Bonanza; pero en aquella banalidad también hay una cifra exacta para aprender de la guerra y de sus efectos sobre los hombres. Desde luego, se trata de un magnifico libro de memorias, cuya ausencia de espectacularidad lo ha privado, hasta ahora, de una versión fílmica.

Herr cuenta otra anécdota. La primera vez que descendió del sempiterno helicóptero sobre un arrozal, avanzó junto a los marines con el agua hasta la cintura. Fueron atacados con fusiles desde un bosque cercano. Mientras esperaban el apoyo aéreo, atentos a los fogonazos y al silbido de las balas, encogidos sobre el agua, Herr casi ensordeció con el estallido de las notas de una guitarra eléctrica. A su lado, un soldado negro había puesto un cassette de Jimi Hendrix. El no lo había escuchado nunca, pero jamás olvidaría, de ahí en adelante, aquella vibración metálica, invasora, potente, acallando el miedo, la angustia y la tensión de la espera. El rock de los sesenta, con toda su potencia contestataria y furibunda contra el sistema, era el complemento obligado de los marines de vocación suicida que atendían más a la enseñanza de honor en el combate que a cualquier precaución racional ante el inminente enfrentamiento.

7 Comments:

Blogger TantoGusto said...

Los cuerpos. las mejores son las que tratan mejor la referencia al cuerpo. cuando el enemigo no se conoce (lo que sucede en la guerra, nadie sabe como se llama a quien le está disparando) lo que importa es la anulación, recolección y disposición de los cuerpos.
un placer contar con un lector como usted señor Pinto.
Aunque debo confesarle que no me gustan las de guerra. en caso de conflicto bélico yo prefiero ser espía. soy más eficaz con un vodka en mano que con una arma a cuestas.
saludos
TG

sábado, septiembre 16, 2006 4:13:00 p.m.  
Blogger Rodrigo Pinto said...

El gusto es mío, TantoGusto. Tienes estilo propio en la escritura y un punto de vista original, cosas que aprecio mucho. Cuando hablas del pop quedo más colgado que una ampolleta, pero ya me pondré al día.

Es curioso que muchos relatos de guerra omiten o estilizan el tema de los cuerpos. Estoy escribiendo la segunda parte de esta entrega y trataré de decir algo de eso.

Y, la verdad, el cine bélico tampoco es mi género favorito, en el cine, al menos; aparte de las referidas aquí, son muy pocas las que encuentro siquiera pasables. Por qué estoy leyendo y escribiendo sobre las guerras, bue... daría para mucha escritura o para siete años de análisis, por lo bajo.

Saludos y gracias por la visita.

lunes, septiembre 18, 2006 11:27:00 p.m.  
Blogger TantoGusto said...

Señor Pinto, el problema con el pop es que no se aprende. Se vive Yo no tengo que hacer ningún esfuerzo intelectual. Vi tele desde que tengo conciencia. Mis recuerdos más antiguos son en frente de un IRT alba en Talca. Sólo se veía canal 7. Yo le rogaba a tatita dios que pusieran la antena repetidora del 13, y tatita dios no escuchaba y yo me revelaba porque no podía ser que dios quisiera que creciera viendo las noticias de Raúl Matas y me perdiera Mazinger Z y Sankuokai. Rechacé la religión por la tele, aunque no tenía que dar tanta pelea porque mi papi es descreído, mi mami es conversable.
La selección de iconos camp viene en los genes. Uno nace predispuesto. Sólo tiene que enfrentarse al estímulo correcto. En mi caso fueron los apropiados para la modernidad. Hay situaciones, más tristes, en que se escoge a los íconos de entre la ópera o la filosofía griega, y tenemos el caso de la loca operática que sueña con los abanicos y con tener la nariz de la Callas y el maestro universitario de latin que se escuda en platón para recolectar jovencitos con ansiedades intelectuales. Yo soy de cultura de masas, con reparos y crítico, pero de masas. Para la gente como yo no hay un nicho establecido.
Anyway. Los Scissor Sisters no son muy conocidos acá. Son de Nueva York, mezcla de pop, glam y rock. Tienen más éxito en Inlgaterra que en EEUU. Tienen un cover de Numb de los Pink Freud que a usted le gustan. el cover es muy divertido porque lo cantan en falsete Bee Gees y el video clip tiene los colores de las fotos de Pierre et Gilles. Se llaman Scissor sisters lo que en castellano se debería traducir como "Tortilleras", aunque no hay ninguna lesbiana en la banda. Yo nací el año en que Abba ganó Eurovision con Waterloo. Esa es mi canción de nacimiento. Para mi funeral quiero a los Pet Shop Boys y la canción Being Boring, que parte a propósito de una nota de Zelda Fitzgerald sobre las fiestas y el aburrimiento. Cecil Beaton decía que el segundo peor pecado es aburrirse. El primero es ser aburrido.

Saludos
TG

miércoles, septiembre 20, 2006 2:45:00 p.m.  
Blogger Rodrigo Pinto said...

Gracias por el extenso e instructivo comentario, TantoGusto. Me quedé pensando en las diferencias de aproximaciones. No puedo negar que mi ángulo es más culto que popular, más elitista que de masas. Yo me crié con libros, vivo entre libros, comento libros; en los últimos años me he cambiado varias veces de casa, pero todas se ven igual por dentro, paredes tapizadas de libros. Son miradas distintas y válidas ambas, creo yo; al final, lo que importa es mantener viva la curiosidad. Sólo se aburre el que cree que lo ha visto todo.

Pink Floyd no me gusta tanto, prefiero a la Janis Joplin, Velvet Underground, Neil Young & cía., Roxy Music, Phil Manzanera, The Who. Los sesenteros en general. Si los Talking Heads son pop, hay algo entonces de pop que conozco y me gusta mucho.

Saludos

viernes, septiembre 22, 2006 1:43:00 p.m.  
Blogger nadie said...

no me gustan en especial las películas sobre guerra. Sin embargo opino, supongo que por increíble que haya resultado Apocalypse Now, [que de verdad es una gran película, del coppola que nunca volvió] Conrad es con esa novela suya, ese pequeño pedazo de historia que tengo aún deshojado en mi biblioteca por esa maldita edición de alianza, uno de los escritores más notables a los que les he puesto mano en mi vida. Para mí nunca esa película podrá estar asociada al libro y mejor así, porque puedo revisitarla.
Por cierto, si me perdiera en ese río y algún marlow ahí acechando, pudiendo elegir, creo que tendría ese libro bajo el brazo, juradito, que es de lo mejor que he leído en mi vida.

domingo, septiembre 24, 2006 1:02:00 a.m.  
Blogger Rodrigo Pinto said...

Nadie:

Conrad es un escritor fuera de serie. Por ahí leí que Coppola anduvo con el Corazón de las tinieblas en el bolsillo durante los cuatro años que duró el rodaje. Yo creo que es un caso notable de uso creativo de un libro, pero en modo alguno es una versión fílmica del mismo.

En todo caso, creo que, salvo que se trate de libros desechables, ninguna obra pierde autonomía porque la lleven al cine. Se podría formular la Ley de Conrad: mientras más malo es el libro mejor puede ser la película, con el corolario de que la relación inversa es totalmente aleatoria.

Para mí, Conrad fue un encuentro totalmente inesperado. A una vacación familiar en Algarrobo llevé pocos libros y se acabó la lectura. En una paquetería-mercería-almacén había además tres o cuatro libros de Conrad, de una colección que dirigían Borges y Bioy Casares en Emecé. Eran baratísimos, así que logré que me los compraran todos. Tiempo después, a mediados de los ochenta, tuve que guardar mi biblioteca en el garage de una antigua casa en La Reina. En el garage había una gotera casi imperceptible. La gotera caía sobre una caja. Ahí estaba Conrad.

domingo, septiembre 24, 2006 3:38:00 p.m.  
Blogger nadie said...

Nunca habia vuelto por la respuesta a este comentario, y ahora que leí tu blog entero me ví comentando y vi tu amable respuesta.

Bueno, era sobre Conrad de nuevo.

Como te sigue ese libro ¿no?

Las sincronías me ponen de buen humor.

Saludos

martes, octubre 24, 2006 10:04:00 p.m.  

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