sábado, septiembre 30, 2006

Barnes & Bowles

Djuna y Julian, Jane y Paul, son vecinos por necesidad en cualquier biblioteca ordenada alfabéticamente. Buscar un libro de alguno de ellos conduce inmediatamente a pensar en el otro; y, aunque en la hilera de la B están separados por otros autores, llaman la atención: Barnes & Barnes, Bowles & Bowles, Barnes & Bowles.

Djuna es estadounidense, Julian, inglés, y es casi seguro que no se conocieron. Cuando Djuna murió en 1982, a los ochenta años, Julian sólo había publicado su primera novela, Metrolandia (Anagrama, 1989), dos años antes. Ella se consideraba a sí misma “la escritora desconocida más famosa del mundo”. En el París de entreguerras fue una de las grandes animadoras de una ya mítica vida cultural que reunía a escritores, pintores, músicos y artistas de todo el mundo. Paul Bowles la conoció en 1930, cuando Djuna estaba escribiendo El bosque de la noche, su mejor obra, sin duda, y una de las grandes novelas del siglo XX (Seix Barral, 1987. Curiosamente hay una reedición chilena, de 1988). Son apenas 190 páginas, pero le tomó mucho tiempo escribirla: la publicó seis años después de que Bowles la recibiera en su casa en Tánger.

Paul todavía estaba soltero en esa época. En 1937 conoció a Jane Auer y se casaron al año siguiente. En esa época, Paul sólo componía música, Jane era la escritora. Discípulo de Aaron Copland, fue un compositor intimista, con muchas obras para piano y pequeños grupos orquestales, generalmente muy breves, y bastante resistente al vendaval de experimentos que terminó por alejar la música clásica contemporánea de los grandes públicos. Cuando le preguntaron el motivo de su franca dimisión de la música en favor de la literatura, respondió: la música es muy difícil. Uno sigue los pasos diez años atrás de Antheil, Copland, Blitzstein; y treinta detrás de Stravinsky.

En 1943, Jane publicó su novela Dos damas muy serias, obra singularmente excéntrica que fue ignorada por el público y destrozada por la crítica, que repetía el calificativo de “incomprensible. Hoy es una novela de culto (Jorge Herralde inauguró, en 1981, la colección Panorama de narrativas precisamente con este libro), pero en ese momento marcó el inicio de la tragedia para los Bowles. La inseguridad se apoderó de Jane. Que Paul decidiera alternar la escritura con la música, con inmediato reconocimiento del público y de la crítica -de hecho, mucho mayor del que jamás logró como compositor-, no hizo más que empeorar las cosas. Jane, antes de perderse primero en una terrible inseguridad y luego francamente en la locura, logró concluir un libro de relatos, Placeres sencillos (también editado por Anagrama) y una obra de teatro, In The Summer House.

Djuna también escribió poco. Recién en 1958 volvió a aparecer en las editoriales con una obra de teatro, The Antiphon. Cuatro años después publicó El vertedero, edición corregida y aumentada de los cuentos que había editado en 1929 (hay traducción castellana, del crítico literario de Babelia Juan Antonio Masoliver Ródenas: Espasa, colección Relecturas, 2002). En 1985 apareció, póstumamente, Perfiles (Anagrama, 1987), antología de su brillante ejercicio del periodismo. ¿Periodismo? Cualquier lector contemporáneo coincidirá en que es muy raro encontrar hoy una mezcla tan notable de frivolidad, agudeza, capacidad de observación, fineza en el estilo y protagonismo del autor, a tal punto que se lee con igual interés artículos sobre James Joyce y sobre ilustres desconocidos cuyo principal mérito fue merecer la atención de Djuna. Regresó a su país cuando estalló la guerra. En sus últimos cuarenta años escribió incansablemente poesía, que nunca publicó, mientras lidiaba con la soledad, la vejez y el alcoholismo en su departamento neoyorquino.

Jane y Paul, mientras tanto, seguían huyendo de Estados Unidos. Vivían en Tánger o Ceilán (hoy Sri Lanka), donde Paul compró una isla diminuta donde sólo cabían una extravagante mansión octogonal que compartían con murciélagos de un metro de envergadura, un cinturón de árboles, el borde de arena. En 1949 Paul publicó su primera y probablemente mejor novela, El cielo protector (Alfaguara, 1992, traducida al castellano por Aurora Bernárdez, la mujer de Julio Cortázar). En 1990 se estrenó la versión cinematográfica, dirigida por Bernardo Bertolucci y protagonizada por Debra Winger y John Malkovich. A Bowles no le gustó. “Nunca debió haber sido rodada. El final es idiota y el resto es muy malo”, dijo, según se lee en la trivia de la IMDB. Sin entrar en la polémica, que daría para mucho, hay que decir que Bowles está equivocado en lo primero: sí debió rodarse, porque la banda sonora de Ryuichi Sakamoto es imperdible, y, mucho más importante, la resonancia de la película motivó el redescubrimiento y la difusión de su obra.

A esas alturas, los Bowles, aunque compartían ocasionalmente casas y viajes, estaban separados. Jane, que había tenido experiencias lésbicas antes de conocer a Paul, estableció una apasionada y destructiva relación con Cherifa, su cocinera tangerina: una bruja, según Bowles; una envenenadora que causó las enfermedades de Jane, según la mayor parte de los transterrados tangerinos. Pero más que esa relación, lo que fue alejando a Paul de ella fue su incapacidad para volver al trabajo -de escritura- y la indecisión enfermiza que teñía hasta los más pequeños actos de su vida. En 1957 Jane tuvo un leve infarto, luego un derrame cerebral. Quedó casi ciega y con una severa afasia. Lentamente fue perdiendo la capacidad de manejar su vida. Tuvo que ser internada en un manicomio. Murió en 1973, a los 56 años.

Las Memorias de un nómada, de Paul (1972; Grijalbo, 1990), aparte de prematuras, son extraordinariamente parcas en la expresión de sus sentimientos. Personas y anécdotas se suceden una tras otra, en una crónica autobiográfica más sorprendente por la omisión que por la revelación. Jane, en cambio, se muestra por completo en sus Cartas (1985; Grijalbo, 1991), la mayoría dirigidas a Paul. De la crónica alegre y chispeante pasa al dolor y el flagelante autoanálisis; mucho más tarde, ya en franco deterioro, el libro se torna sobrecogedor cuando no puede enhebrar una frase completa.

Paul publicó La tierra caliente en 1966 (Alfaguara, 1992). Sólo en 1992 rompió su silencio literario con Muy lejos de casa, una novela extraordinaria, asombrosamente austera y despojada, tal como la vida que llevaba en un pequeño departamento en Tánger. Ambas fueron traducidas al español por el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa (Seix Barral, 1992). Bowles le devolvió la mano traduciendo al inglés el primer libro de Triple Erre, el cuchillo del mendigo/El agua quieta (Seix Barral, 1985). Murió en 1999.

Para ese entonces, Julian Barnes ya era uno de los más destacados miembros del dream team británico, esa generación de novelistas que levantó su narrativa como la mejor de Europa en las últimas décadas del siglo pasado y que sigue plenamente vigente. Toda su obra narrativa está disponible en Anagrama. en 2006 cumple 60 años y sigue escribiendo. Cuando cumplió 50, publicó este artículo. Por ahora, no hay manera de ponerle punto final a Barnes & Bowles.

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6 Comments:

Blogger TantoGusto said...

yo pienso que Franco no es del todo franco.
Borges me cae mal porque de toda la gente que habla de él ninguna me simpatiza. Hace tiempo quería leer algo de Barnes. Ahora voy a hacerlo con conocimiento de causa

sábado, septiembre 30, 2006 6:41:00 p.m.  
Blogger Rodrigo Pinto said...

¿A sabiendas de que no te va a simpatizar? El prejuicio -actitud, que le llaman algunos- no es mala estrategia.

Yo puedo contar una anécdota parecida a la de Barnes. No leía a Borges porque era fascista y pro milico. Y cuando vino a Chile el 76 o 77, por ahí, recibí una envenenada invitación a asistir a la clase magistral que dio en la Casa Central de la Chile. Fui. No tomé apuntes y nunca he llevado un diario, así que no me acuerdo de qué habló, pero sí del efecto: a mí me asombró su capacidad de hilar un discurso sin recurrir a papeles, con subtítulos, recuadros y todo lo necesario. Igual mantuve mis reservas.

Un par de años después, un amigo me pidió que lo acompañara a la casa de su polola, hija de un prominente sofofo. Éramos tres en la expedición. Fuimos conducidos de inmediato y con la máxima discreción al escritorio del señor aquel, donde destacaban fotos suyas con el VC. Había libros también y decidimos de inmediato robarle algunos para lavar la afrenta de haber tenido que ver esas fotos. Lo único merecedor del esfuerzo era Borges. Apliqué el principio de que libro robado tiene que ser leído y ya está, me gustó.

Tu prejuicio, en todo caso, enlaza más con algo que escribió Vila-Matas en un libro que perdí, la Historia abreviada de la literatura portátil. Creo que fue ahí. Quizá lo estoy inventando por completo. No es muy sofisticado, en todo caso: la idea es que si un autor te gusta, te van a gustar los autores que a él le gustan, y así cada quien va construyendo su árbol de simpatías. A mí me gustaron mucho las primeras novelas de Barnes; las del medio, no tanto; y le recuperé el gusto con La mesa limón.

Todo esto por si con "algo de Barnes" te referías a Julian y no a la Djuna.

El Franco vale callampa.

Saludos

domingo, octubre 01, 2006 5:22:00 a.m.  
Blogger Rodrigo Pinto said...

Incrédula,

ya borré los mp3 y el *.rar. Sorry. Habrá que levantar una campaña internacional de protesta para que rapidshare extienda la vigencia de un archivo hasta que quien lo subió decida borrarlo. La libertad es la herencia del bravo. ¿Eso lo escribió Ercilla o es del Himno de Yungay?

martes, octubre 10, 2006 12:30:00 a.m.  
Blogger cienfuegos said...

Qué memoria Rodrigo. Primera estrofa del himno nacional.
Para un campeonato de trivia o un concurso esos de sábados gigantes de conocimientos donde mi madre me queria enviar pero yo intuía lo desgraciada que debía ser la vida de esos chicos.

Estoy linkeando tu articulo bolañesco. Terminé Caja Negra y me sorprende en las reseñas y críticas que he visto que no se haya observado el tema bolaño cuando me parece tan evidente, y además bisama ha dado siempre tantas pistas sobre su filiación. en fin.

lunes, octubre 16, 2006 7:02:00 p.m.  
Blogger Rodrigo Pinto said...

Con razón yo digo que la memoria es el tarro de la basura, un mundo lleno de sorpresas si uno deja que fluya. Tuve que buscar en la web y, claro, tienes razón, don Baldomero escribió la frase. Antes jugaba trivia y me odiaban todos, pero, si hubiera concursado en alguno de esos programas, habría sido incapaz de articular una sílaba. Me perdí los premios.

lunes, octubre 16, 2006 11:50:00 p.m.  
Blogger cienfuegos said...

La memoria es la inteligencia de los tontos, creo que dice teillier en su conversa con carlos olivares.

martes, octubre 17, 2006 11:14:00 a.m.  

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