sábado, noviembre 04, 2006

La fiebre del oro, 1: Traven, Huston, Bogart

“El oro es algo endemoniado; créanme, chamacos. En primer lugar suele cambiar totalmente el carácter de los hombres. Cuando se ha conseguido, el alma no es la misma que antes de obtenerlo, y nadie escapa a esto. Puede llegar a amontonarse tanto que será imposible transportarlo, pero mientras más se tiene más se ambiciona y ocurre lo que cuando alguien se sienta ante la ruleta, que siempre piensa en una última vuelta. Así el afán sigue indefinidamente. Se pierde la noción del bien y del mal, se olvida la diferencia entre lo honesto y lo deshonesto, se pierde la facultad de juzgar” (B. Traven, El tesoro de la Sierra Madre).

Segunda novela de B. Traven, publicada en 1927, fue aclamada de inmediato por el público y la crítica. La primera, El barco de la muerte, publicada un año antes, tuvo también un relativo éxito, pero El tesoro... despertó la curiosidad de todos sobre el autor. Pero Traven -hombre de múltiples seudónimos y pasado conflictivo- sostuvo siempre que la biografía del autor está en sus obras. Se radicó en México, donde ocurren la mayoría de sus obras. Se entendió con los editores a través de su traductora al español, Esperanza López Mateos, y mantuvo a rajatabla su anonimato. Sobre ello se ha tejido una leyenda que alimenta el interés por sus obras.

Uno de los hechos más controvertidos de su biografía es si fue o no fue Ret Matut, actor y uno de los protagonistas de la República de los Consejos de Baviera en 1919, cuya participación en ella le costó una condena a muerte y la salida a escondidas de Alemania. Hay quienes lo dan por hecho: una editorial española publicó las columnas de Marut en la revista El ladrillero con el título En el país más libre del mundo, con una doble firma: Ret Marut/B. Traven. Es posible: a lo largo de su obra -y especialmente en su primera novela- abunda en frases y juicios que revelan un enfoque anarquista sobre el Estado y la sociedad. La burocracia es el gran enemigo, repite, y la historia da para multiplicar los insultos: un “barco de la muerte” es un barco que ya no sirve, que está destinado al desguace, pero, para cobrar el seguro, los propietarios tienen que hundirlo. Ahí navegan sólo los marineros que no tienen pasaporte o quienes no pueden usarlo porque huyen de la justicia; barcos malditos no por algún fantasma o poder sobrenatural, sino por la codicia humana, y único refugio para quien, como el protagonista, ha perdido sus papeles y por ello es un paria rechazado por todas las burocracias europeas. La novela es imperfecta, llena de digresiones y repeticiones, pero sin duda que muestra a un narrador talentoso y vivaz, que interpela constantemente al lector y lo hace cómplice de sus desventuras.

El tesoro de la Sierra Madre es una novela mucho mejor estructurada, que en las primeras páginas retrata de manera implacable el circuito de explotación en los campos petrolíferos del norte de México y luego se adentra en la fiebre del oro: dos vagabundos cesantes que acaban de lograr, por la fuerza, que les paguen su último trabajo se asocian con un experimentado buscador de oro, que tuvo minas, tuvo riquezas, las perdió y está nuevamente en el camino. Él es quien previene a sus nuevos socios sobre la maldición del oro, que pasa a presidir el relato. Todo gira después en torno a la riqueza encontrada, al reparto y a lo que anunciaba el viejo: la pérdida de la facultad de juzgar, la ambición desmedida, la traición.

En 1948, John Huston estrenó la versión cinematorgráfica. La leyenda dice que Huston trató de ubicar a Traven, pero no lo consiguió. Sin embargo, apareció en el set un tal Hal Groves, quien dijo ser amigo del escritor. Groves aportó al guión, dio consejos y permaneció alrededor de un mes con el equipo, siempre cordial y atinado en sus observaciones. Por supuesto, era Traven. Humphrey Bogart creó una de sus mejores interpretaciones en el personaje de Fred C. Dobbs, que sucumbe fatalmente a la maldición del oro. Su creciente desconfianza y paranoia, su pérdida de límites, están captados de manera magistral por Bogart, acompañado por Walter Huston, el padre del director, y por Tim Holt. Huston aligeró la historia, eliminando tres largos relatos que no son esenciales, pero que vale la pena leer, y cambió ligeramente el final: Traven trata mejor a sus personajes -excepto a Dobbs- que Huston.

Tanto el libro como la película son una extraordinaria muestra de cómo la ambición cambia a los hombres, especialmente cuando se trata de oro. El tópico es abordado por infinidad de obras, desde las maldiciones en las pirámides egipcias hasta el cofre de oro maya en Piratas del Caribe: la maldición del Perla Negra. El oro acarrea desde antiguo una dualidad simbólica: es el metal más noble, símbolo de la pureza, y también el metal más valioso, objeto de un deseo que no reconoce límites.

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4 Comments:

Blogger Unknown said...

seguimos sintonizados Rodrigo.
El año pasado puse un post sobre B Traven:

http://cienfuegospoesia.blogspot.com/2005_02_01_cienfuegospoesia_archive.html

Me perdi el foro tuyo creo que sobre el caja negra justamente. Es curioso. No sé si seré un treintañero precozmente avejentado, pero tengo nostalgia por la emoción que me desperataba la Feria del Libro antes.

Recuerdo haber visto a Donoso bajar los peldaños de la escalera central muy demorosamente, 1 año antes de su muerte.
Recuerdo la novedad de los amarillos de anagramas, algo más baratos que en las librerías. En fin, incluso recuerdo la época de la feria en el parque forestal con pablo hunneus de sobrero alón, tocando su campana

miércoles, noviembre 08, 2006 2:56:00 p.m.  
Blogger nadie said...

uf
iba a decir que bogart en el tesoro de la sierra madre hace el papel más increíble que le haya visto y que me hace temblar pensar en él.
quería decir más pero tendrá que ser después porque viene cienfuegos y dice esta enorme cosa de treintañero aventajado (y aunque yo ya pasé la media hacia los cuarenta con entusiasmo), no puedo dejar de pensar en los años de la feria del libro en el parque forestal y esa cosa extraña que se sentía en medio de la dictadura de estar ahí (y en cualquier lugar donde "todavía" no llegaban los pacos) y luego los puestitos detras del -ahora denomionado, muy cosmopolitamente- MAC, todo tan distinto a esta aglomeración de editoriales levantando un centro de ventas donde van -y vamos- a caer igual por anga o por manga, comprando cositas que no tienen nada de tesoritos y me acuerdo de los otros tesoritos tirados en el suelo de las librerías de san diego, los pasajes (estoicos se mantienen)frente a miguel claro y las librerías que desaperecieron y entre esas una que por lo que me trae de vuelta de mi adolescencia me hace llorar cuando la nombro, y esto no es una figura literaria, la mimesis.

miércoles, noviembre 08, 2006 6:28:00 p.m.  
Blogger Rodrigo Pinto said...

Cienfuegos,

la frase que citaste de Traven es de El barco de la muerte. Me pareció tan buena que estuve a punto de ponerme a anotar otras, pero no seguí el impulso. Quedará para algún día.

Yo también echo de menos la antigua Feria del Libro y su carácter artesanal que promovía más la conversación y el encuentro que la actual. Pero, Nadie, nunca ha habido muchos tesoritos en las ferias, salvo que uno vaya a la aglomeración del último día. Claro que el que busca -o tiene el dato- encuentra.

Hace años que no entro a las librerías de San Diego o de Miguel Claro. Me deprime la soledad de los locales y esa acumulación de títulos polvorientos donde sí hay tesoros, pero muy perdidos o muy caros: esos libreros -a veces- saben lo que venden.

jueves, noviembre 09, 2006 10:36:00 p.m.  
Blogger nadie said...

ahora saben, hace quince o veinte años no...
hay unos dos, que sabemos los que hemos ofrecido libros por ahí....pufff maleantes

viernes, noviembre 10, 2006 1:24:00 a.m.  

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