viernes, noviembre 10, 2006

La fiebre del oro, 2: el Tesoro de Yamashita

Los periodistas Sterling y Peggy Seagrave han dedicado buena parte de su vida profesional a sacar a la luz trapos sucios de prominentes Estados, familias y organizaciones. Sus libros se van encadenando uno tras otro: desde la dinastía Yamato a la familia Marcos, hasta el último, y primero traducido al español, Los guerreros del oro. El tesoro de Yamashita y la financiación de la guerra fría.

Los amantes de las teorías de conspiración gozarán con este libro. Quienes las toman a beneficio de inventario, avanzarán dificultosamente en la lectura. Esas teorías suelen no resistir un análisis racional; basta suponer la ausencia o presencia de algún factor para que se derrumben o parezcan del todo inverosímiles. La historia y la política incluyen siempre un fuerte componente azaroso; en cambio, las conspiraciones requieren de la conjunción de voluntades y de factores diversos tan difíciles de lograr como el crimen perfecto de las novelas policiales.

Y cuando se trata de una conspiración de las proporciones que denuncian los Seagrave, que involucra a gobiernos como el estadounidense, el británico y el japonés, por lo bajo; los más grandes consorcios financieros mundiales; líderes de la yakuza japonesa y fabircantes de heroína del Triángulo Dorado; el Vaticano; el emperador Hirohito y toda su familia; el ex dictador Marcos y toda su familia, hay razones para abordar el texto con muchas prevenciones, a pesar del abundante aparato de notas que indican las fuentes desde donde los autores obtuvieron la información (además, por 50 dólares, es posible comprar tres cds de respaldo en el sitio web de los Seagrave; en el texto hay múltiples referencias a este respaldo, que creció de dos a tres discos desde que apareció en español).

La historia es plausible, en todo caso. Lo que mueve a la desconfianza son sus dimensiones siderales y la variedad de los involucrados. Tal como dice el texto de la contratapa, “la trama de corrupción y de crimen revelada en este libro es tan escandalosa que parecería novelesca, si los autores no nos ofrecieran una amplia documentación para verificarla”. Y, sin embargo, la editorial Crítica, que es muy seria, no publicó este libro en la colección lógica, “Crítica Memoria”, donde han aparecido un gran número de textos referidos a la Segunda Guerra Mundial y a la guerra fría, sino en “Letras de Crítica”, colección que alberga más bien ensayos, opiniones y temas de teoría política (entre otros autores, están los economistas Paul Krugman y John Kenneth Galbraith). Pero vamos a la historia.

El expansionismo japonés: una empresa de rapiña

No hay matices en el análisis de los Seagrave. Desde 1895, en Corea, en Manchuria, en China, en Filipinas, en Malasia, en todos los países ocupados por la fuerza por el Imperio del Sol Naciente, se trató no sólo de la expansión territorial y del acceso expedito a materias primas, sino sobre todo de una expoliación sistemática de todas las riquezas posibles, con especial énfasis en las piedras preciosas, el oro y los objetos de arte. Se creó una organización, el Lirio Dorado, para acopiar los bienes, que estaba a cargo de los príncipes de la casa imperial. El saqueo fue especialmente riguroso en la península de Corea, una cultura mucho más antigua y refinada que la japonesa. Mientras duró la hegemonía nipona en Oriente, los tesoros llegaron a depósitos en cámaras del Palacio del Emperador, al Ejército y al Estado, especialmente para financiar el esfuerzo bélico. Mano de obra esclava llegó a los grandes conglomerados industriales, los zaibatsu, con más intensidad en la década de los treinta y mientras duró la guerra. La expoliación incluía también, desde luego, los recursos naturales -mineral de hierro, cobre, petróleo- que Japón se limitaba a extraer y transportar, sin pagar por ellos.

Las cuevas del tesoro

Cuando el bloqueo de los submarinos estadounidenses tornó en extremo riesgosa la navegación entre Japón y Filipinas, en 1943, fue necesario esconder el botín en este último país. Según los Seagrave, fuera cual fuera el desenlace de la guerra, los japoneses siempre contaron con mantener a Filipinas bajo su dominio, cosa bastante poco probable si se considera que el general Douglas McArthur, el derrotado en Filipinas, era la máxima autoridad militar estadounidense en la zona y se había preocupado de dar contenido a su famoso “volveré”.

De cualquier modo, algo había que hacer con las miles de toneladas de oro y piedras preciosas arrebatadas en Filipinas, Birmania, Malasia, Singapur, Hong Kong, Indonesia, Viet-Nam, Laos, Camboya, Indonesia, Tailandia, entre otros, y el territorio escogido para esconder el botín de guerra fue Filipinas. En la capital, Manila, se excavaron túneles y cámaras en torno y bajo la ciudadela, antigua fortificación española que ya tenía un complejo sistema subterráneo. Además, en la meseta cercana a Luzón, más al norte, había redes de cavernas naturales que fueron ampliadas y trabajadas para esconder enormes cantidades de lingotes de oro, estatuas de Buda del mismo metal, diamantes, rubíes, esmeraldas y objetos preciosos. Tanto la mano de obra esclava, formada por la población local y prisioneros de guerra occidentales, como los ingenieros y técnicos japoneses que supervisaron la operación, fueron enterrados vivos, para asegurar el secreto (pero los Seagrave encuentran testigos sobrevivientes con toda facilidad).

A cargo de la operación filipina estaba uno de los príncipes de la casa imperial. En el aspecto bélico, a mediados de 1944 asumió el mando el general Yamashita, uno de los más grandes estrategas en el mando de tierra del Japón, que humilló repetidas veces a McArthur y tornó lo que iba a ser su triunfal regreso en una humillante y extensa campaña que sólo concluyó tras la rendición de Japón.

En este punto se separan las historias oficiales de la que narran los Seagrave, aunque, en rigor, el sistemático saqueo nipón tampoco existe en la narrativa oficial.

El pacto de silencio

Yamashita rindió sus tropas, alrededor de cien mil hombres, e inmediatamente fue sometido a juicio. Se le acusó de crímenes de guerra especialmente por la batalla de Manila, que duró diez días. La acusación era difícilmente sostenible, puesto que las órdenes de Yamashita al almirante Iwabushi, a cargo de la ciudad, era que destruyera las instalaciones portuarias y retrocediera hacia el interior para resistir junto a los otros cuerpos del ejército a su mando. Iwabushi desobedeció la orden, se atrincheró en la ciudad, dio libertad a sus tropas –que saquearon, mataron y violaron mujeres filipinas a placer- y convirtió Manila en un infierno. El juicio, empero, avanzó con sorprendente rapidez y Yamashita fue ahorcado. Según los historiadores Williamson Murray y Allan Millet, autores de La guerra que había que ganar, tal celeridad y lo drástico de la condena obedecieron al odio de McArthur hacia un oficial que había demostrado ser mucho más eficiente que él en el campo de batalla.

Los Seagrave sostienen otra teoría. Según datos que manejan, la inteligencia estadounidense ya tenía pistas acerca de los escondrijos en las cuevas filipinas. No podían torturar a Yamashita, que tenía abogados, pero sí a su chofer, el comandante Kojima. Aquí surge otro personaje de cuento, Severino García Díaz Santa Romana, filipino casado con una de las herederas más ricas del archipiélago y especialmente hábil en la tortura. Tras muchos días de sistemático suplicio, doblegó la resistencia del chofer de Yamashita y obtuvo la ubicación de algunos escondites del tesoro.

Distintos personajes estuvieron detrás de Santa Romana, Samy para los amigos, pertenecientes a diversos organismos estadounidenses. Todos ellos llegaron a McArthur con la noticia y éste la hizo llegar a Washington. La decisión de Truman fue ocultar el hallazgo, por razones estratégicas, políticas y económicas. Cuidar el patrón oro y evitar la devaluación del dólar, contar con recursos para la cruzada anti comunista y evitar la complicadísima tarea de devolver a cada quien lo que le correspondiera fueron algunas de ellas. Sin embargo, es fácil advertir, como lo hacen los autores, que confiar fondos gigantescos a agencias gubernamentales sin imponer –mejor dicho, sin poder exigir- la obligación de rendir cuentas es abrir la puerta a la corrupción. Una estimación baja del tesoro de Yamashita –es decir, sólo lo acumulado en las cavernas de la meseta- se eleva a 100 mil millones de dólares de la época, es decir, por lo bajo unos 900 mil millones de dólares de hoy.

Cifras que marean

Pero hay que andarse con cuidado con las cifras, que sobreabundan en el libro, con frecuencia se contradicen entre una y otra página y son tan estratosféricas que da vértigo. Pero no sólo eso: el relato es repetitivo, abunda en detalles que no son atingentes, abusa de los “se dice” para luego darlo como hecho, hay largas secciones que tratan asuntos bastante laterales y un manejo mañoso, por decirlo de alguna manera, de otras fuentes.

Sería demasiado largo siquiera intentar resumir la trama de corrupción y crimen que se despliega a partir del descubrimiento del Tesoro de Yamashita. Sin duda que el contexto de la guerra fría llevó a que el gobierno estadounidense pusiera en la nómina de la CIA a criminales de guerra nazis y japoneses. También está fuera de cuestión que en el empeño por mantener a Japón como un bastión anti comunista hubo sobornos cuantiosos y que, probablemente, fueron financiados con riquezas saqueadas por los japoneses a terceros países; el gobierno estadounidense reconoce oficialmente la recuperación de 550 toneladas de oro. Y es posible también que todas las denuncias de los Seagrave sean ciertas; el problema con el libro es que no es convincente, a pesar de la montaña de datos, y que el desfile de miles de millones de dólares termina por sembrar la sensación de irrealidad.

Un caso notorio de abuso de fuentes respetables se refiere a Richard Nixon, acusado por los Seagrave de haber cedido completamente el control del Fondo M (creado sobre la base del tesoro de Yamashita para financiar operaciones de campo en Japón destinadas a mantener la hegemonía del partido cercano a los intereses de Washington) a los japoneses, a cambio de recibir apoyo financiero para la campaña presidencial de 1960, cuando enfrentó a Kennedy y perdió. Si Nixon, como vicepresidente, podía tomar una decisión de este tipo, ¿qué real necesidad había de que cediera el control del Fondo M, que ascendía a 30 o 35 mil millones de dólares de la época? Para dar fuerza a su acusación, Los Seagrave citan como autoridad a Anthony Summers, autor de la estupenda biografía de Nixon La arrogancia del poder. Summers, dicen los Seagrave, “demuestra que para impulsar su carrera política, Nixon llegó a tener tratos financieros con Meyer Lanski y otros personajes del mundo del crimen organizado”. Efectivamente, Summers pudo concluir que Nixon recibió a lo menos 500 mil dólares de parte de Lanski y probablemente otra cifra igual de la mafia italiana. Un millón de dólares, cifra que los Seagrave se cuidan de no indicar. Por carambola, si Nixon aceptó ese dinero sucio, ¿por qué no iba a hacer tratos con los japoneses? Podría haberlo hecho, por cierto, pero de Nixon se puede decir muchas cosas, menos que era tonto.

Se puede también estar de acuerdo con una de las conclusiones de los Seagrave: Estados Unidos se ha convertido “en una nación a la que ya no respeta la mayor parte del mundo, una nación movida por la codicia, viciada por el tráfico de influencias, controlada por el temor y engañada por la mentira”, pero para ello basta leer los diarios, no hace falta el Tesoro de Yamashita para convencerse.

La historia es provocativa, pero está desperdiciada por falta de rigor y exceso de detalles poco relevantes. De hecho, no sería extraño que en una próxima edición o en el cuarto cd apareciera el certificado de depósito de 9.6 toneladas de oro en el HSBC, que parece ser lo único real en la trama de El número Landry.

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2 Comments:

Blogger TantoGusto said...

Leí "Caballeros". Me encantó la idea de los lagartos que se escurren, del nicho ecológico y ese sueño de Ez en el que sigue a un lagarto hasta la calle y se topa con su mujer. Yo conozco a varios de esos.

TG

martes, noviembre 14, 2006 1:35:00 p.m.  
Blogger nadie said...

felicitaciones por el nuevo proyecto bloguístico

miércoles, noviembre 15, 2006 2:13:00 p.m.  

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