Vila-Matas: un punto sin retorno. Una lectura de hace diez años

La narrativa de Vila-Matas
Un punto sin retorno
Enrique Vila-Matas es, más que catalán, rigurosamente barcelonés. Desde esas coordenadas ha nacido y crecido una de las narrativas más desafiantes del nuevo auge de la narrativa española. Las contratapas de los libros de Vila-Matas suelen complacerse en señalar que se trata de un escritor de culto, con seguidores entusiastas e incondicionales en todos los puntos del planeta, un culto que se comparte y se difunde como un secreto que a nadie le interesa guardar para sí.
Su proyecto narrativo reconoce íconos claros: Borges por un lado, Perec, Calvino y todo el Oulipo por otro, más una selección de clásicos como el Melville tardío, Sterne, Conrad, Bioy Casares y otros. La línea es clara, la literatura como un juego de doble fondo, el juego como contraparte de la escritura. Cuando relata sus inicios como periodista en la mítica revista Fotogramas, cuenta que escribió, con total desparpajo, un artículo sobre Nabokov sin haber leído una sola línea del escritor. En su colección de artículos El viajero más lento, recoge una entrevista a Brando inventada de principio a fin simplemente porque no pudo traducir del inglés el texto que le había llegado. Publicada en octubre de 1970, diez años después Vila-Matas descubrió públicamente el fraude, sin el menor remordimiento, por supuesto. Es que todo el mecanismo de su narrativa reposa sobre los dobles y triples niveles de lo que suele llamarse realidad, a través de obras que derechamente rompen con el formato de la novela, o lo subvierten desde otros códigos en un molde sólo aparentemente convencional.
En el prólogo a Historia abreviada de la literatura portátil, Vila-Matas describe a los escritores que forman parte de la “conspiración shandy”, selecto grupo de pintores, filósofos y escritores como Walter Benjamin, Marcel Duchamp, Georgia O'Keefe, Federico García Lorca, el satanista Aleister Crowley y muchos otros: “Escritores turcos de tanto tabaco y café que consumían, héroes de esa batalla perdida que es la vida, amantes de la escritura cuando ésta se convierte en la experiencia más divertida y también más radical”. Estas palabras bien pueden aplicarse al autor, especialmente lo referido a la radicalidad del proyecto de escritura y de lo que significa, para Vila-Matas, optar por la literatura. También en El viajero más lento recoge una presentación de su libro Suicidios ejemplares: "Nunca sabe uno bien dónde se mete. La literatura, al exigirle al escritor la máxima ambición, es el lío más monumental que conozco. Porque desde el primer momento uno ha de compararse con los mejores". De ahí, de esa tensión creativa que demanda la máxima exigencia, Vila-Matas formula, quizá sin quererlo, quizá con toda la deliberación posible, su poética: “Me satisface que en definitiva se haya puesto en pie por fin mi más antiguo proyecto literario: el de exponerme siempre a la hora de escribir, tal como proponía Michel Leiris cuando hablaba de ese continuo estar expuesto a sí mismo mientras el asta pasa por donde existe el acero del dolor: ‘introducir por lo menos la sombra de un cuerno de toro en una obra literaria’”.
Porque, a pesar de lo dicho sobre las relaciones de Vila-Matas con los grandes lúdicos de la literatura universal, su narrativa, tras la apariencia de liviandad, tras su calidad de portátil, como diría un shandy, es tremendamente seria. Suicidios ejemplares suena como una trivialización de un tema generalmente considerado en sordina o en la crónica policial. Pues bien, Vila-Matas lo explora hasta sus últimas consecuencias y, si no llegó a suicidarse él mismo, es porque el libro no es perfecto: “Y es que, como decía Faulkner, si un escritor realizara la obra perfecta, sólo le quedaría el suicidio”.
Vila-Matas es un escritor prolífico. Y no es perfecto, claro, lo que lo mantiene en el mundo de los vivos (y a propósito de vivos y muertos y de cielos e infiernos, en otro artículo notable por su humor el autor revela el anagrama diabólico de su nombre: E. Vila-Matas, leído al revés, es Satam Alive). Entre sus obras destacan la citada Historia abreviada de la literatura portátil, un juego literario de excelente ley que borra todas las fronteras entre la crónica y la invención, entre el libro verdadero y la cita imaginaria, entre los personajes reales y las historias que los convirtieron en mitos. Suicidios ejemplares e Hijos sin hijos conforman un díptico de extraña naturaleza: si en el primero es el tema el que da unidad a un conjunto de relatos, en el segundo el procedimiento es, aparentemente, el mismo, pero con la sorpresa adicional de que una ligazón argumental los recorre de punta a cabo. En sus novelas más recientes, que a estas alturas deberían ser llamadas “novelas-novelas”, Vila-Matas toma el molde convencional y lo rompe desde dentro, desde asuntos cotidianos que lenta y casi imperceptiblemente se van transformando en historias extraordinarias que nunca dejan de sorprender.
Extraña forma de vida, de 1997, gira formalmente en torno a la redacción de una conferencia literaria. En los dilemas de quien la escribe, un frustrado novelista que habitualmente repite la misma cantinela y cuyo mayor motivo de trastornos es que está enamorado de dos hermanas y no puede resolver con cuál de las dos quedarse, y en los recorridos temáticos del posible texto, Vila-Matas aventura toda una teoría acerca del mirón (vale decir, acerca del novelista) y teje una divertidísima historia sobre los celos y las veleidades del amor. Y si en Lejos de Veracruz, de 1995, el protagonista sentía que a sus 27 años ya habían terminado sus posibilidades de vida y a partir de ese agotamiento se teje la ficción, en El viaje vertical, de 1999, Federico Mayol, Mayol para sus amigos, jubilado y con sus bodas de oro ya bien celebradas, es arrojado bruscamente a la intemperie de la vida de separado y se asoma al descubrimiento de una nueva posibilidad de empezar.
Esta última novela ha terminado de asentar el reconocimiento de la crítica y del público hacia la obra de Vila-Matas. El pie forzado de un anciano con toda su vida a la espalda que inicia un viaje de iniciación al estilo más clásico de la narrativa alemana del siglo pasado, es resuelto de manera notable, con esa suerte de marca de fábrica que brinda la mezcla de la liviandad, el humor y la ironía (cuando no el sarcasmo) con los temas obsesivos de la muerte, el agotamiento y el fin del amor. Mayol, un personaje común y corriente, un hombre hecho a pulso y sin mayor espacio para las sutilezas y menos para los refinamientos de la cultura, descubre para sí mismo y para el lector que siempre hay otros destinos posibles, y que todo encuentro, por tardío que sea y con el objeto que sea (en su caso, el ámbito de la cultura), puede dar un giro a la historia, tal vez ese giro que todos esperamos que se dé alguna vez en la vida, el giro hacia una vida más vida, aunque sea en el umbral de la muerte.
2 Comments:
muy bueno el post
Estimado Rodrigo, soy Laura Freixas y quería darte las gracias por tu reseña de mi novela Los otros son más felices. Estoy de acuerdo hasta en los reparos que me pones.
Por cierto, leyendo tu blog, veo que compartimos gustos: yo también soy una gran lectora de diarios íntimos, e incluso he traducido algunos (V. Woolf, Gide, Amiel...). Por cierto, yo creía que el primero en publicarlo en vida había sido Gide, no sabía nada de Bloy. Bueno, te dejo mi mail, porque no soy nada de blogs: laurafreixasmadrid@gmail.es. Y mi web: laurafreixas.com. A ver si nos conocemos algún día. Un abrazo y gracias otra vez, LF
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