martes, mayo 26, 2009

La ciudad


Esta es la primera novela de Mario Levrero, que publicó cuando tenía 26 años. El desencadenante de la escritura fue Franz Kafka. Levrero dijo, según cita Ignacio Echevarría en el prólogo, que "fue leer América,y de inmediato El castillo, y comenzar a escribir. Leía de noche El castillo y pasaba el día siguiente escribiendo La ciudad". Es casi un ejercicio de estilo, un escribir a la manera de Kafka, pero no del Kafka deformado por el cliché (el absurdo, la negrura, la desnudez metafísica), sino el escritor humorístico que ve a través de los pliegues del mundo y retrata con crueldad el paisaje desangelado que queda a la vista.

Sospecho que a Echevarría no le gustó la novela. Escribe, diplomáticamente, que "es una novela muy difícil de presentar". Tiene toda la razón; aunque en ese ejercicio Levrero comienza a perfilar una voz propia e inconfundible, no deja de ser una novela de juventud, primeriza, con todos los ripios, baches y tropiezos que es dable esperar. Para empeorar las cosas, luego de la edición uruguaya perdida en el tiempo (data de 1970), apareció en España en 1999 en una colección dedicada a la literatura fantástica, en compañía de Philip K. Dick y otros próceres de la ciencia ficción. Claro que es válido interpretar esta novela como una suerte de crónica de una invasión de aliens, pero así se restringe de manera brutal el arco de sentidos posibles. Hay escenas inolvidables, texturas insólitas, escenas absurdas, erotismo imposible, calentura juvenil, y ese paisaje uruguayo de trenes y planicies, de derrumbe urbano y almacenes rurales que nada tiene que ver con Kafka, pero que lo traduce y reinterpreta a la manera del mejor discípulo posible.

Pero también hay mucha cosa prescindible. Es de esas novelas en que uno mira constantemente cuánto falta para terminar, aunque se sepa de antemano -nada más fácil de saber- cuántas páginas tiene. Una novela que se lee por el autor y no por lo que contiene. No toma mucho tiempo y vale la pena, aunque da sólo atisbos de todo lo que vendrá. Y eso, aunque parezca contradictorio, es muy destacable: se puede leer a Levrero en el sentido inverso, desde su obra mayor hasta su obra juvenil, sin resentir el trayecto.

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1 Comments:

Anonymous Martín said...

Habría que intentar ese primer movimiento de lector-escritor por reflejo en tiempo real. O sea, sentir fascinación por un libro ajeno e ir leyéndolo a medida que vamos escribiendo uno nuestro. Creo que es un proceso corroborable en muchos. Incluso en tipos como yo.
Creo también que los resultados son muy buenos y que descuidan dos nimiedades: el temor al plagio, la supremacia de la originalidad.

domingo, mayo 31, 2009 11:04:00 p.m.  

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