miércoles, mayo 14, 2008

Rey Rosa, Aira, Bellatín

Lecturas porteñas. Compradas en Buenos Aires, más bien, en febrero y en abril de este año.

Caballeriza

Penúltima novela de Rodrigo Rey Rosa, que no llegó a las librerías chilenas (en Buenos Aires estaba agotada, la encontré en Corrientes en un mesón de ofertas). La última, Otro zoo, ni siquiera ha llegado a Argentina. ¿Qué pasa, señores Seix Barral/Planeta?).

Rey Rosa vuelve a situar la narración en Guatemala, su patria, con la novedad de que él mismo participa como protagonista y que está basada, en cierta medida, en hechos reales. O, como él lo dijo en una entrevista, “la peripecia es ficticia, pero algunos de los acontecimientos narrados ocurrieron, aunque en diferentes momentos y lugares que en mi obra, en la que he hecho una síntesis de todos ellos para dar una sensación de historia orgánica”. Historia que es política en el sentido más amplio, o, si se lo mira desde el ángulo del subgénero, policial. De novela policial clásica, quiero decir.

La novela rezuma violencia, pero de la contenida manera que trabaja Rey Rosa y que puede ser así aún más sobrecogedora. El poder incontrastable de las elites en sociedades patriarcales se muestra en toda su desnudez, desde el saludo ritual al anciano que celebra su cumpleaños hasta la impunidad feroz de sus acciones. Sin embargo, nada más lejos del tono y los énfasis de Rey Rosa que el clásico estilo de denuncia. No denuncia, muestra, y en esa habilísima omisión de los adjetivos funda buena parte de la eficacia de una excelente novela, que se acerca a las otras “guatemaltecas” de Rey Rosa, como Que me maten si... o El cojo bueno.

Yo era una chica moderna

El siempre prolífico César Aira demanda que, de vez en cuando, haya que volver a su manantial de delirantes y reveladoras fantasías. Esta novela está editada por Interzona, editorial bonaerense que nadie distribuye en Chile (¿por qué, por qué, si el catálogo es provocador y latinoamericano, y a precios más que asequibles?).

Con Aira hay que estar dispuesto a lo inesperado, pero, aún así, cada giro argumental que logra en sus novelas sorprende. De este modo, lo que parece una simple disputa amorosa entre jovencitas en plena efervescencia sexual se transforma en un sanguinolento episodio de donde emerge El Gauchito, un feto dotado de extraños poderes que se roba la película y lanza destellos de ruda comicidad sobre las calles de una ciudad asediada por la miseria. Hordas de patovicas –guardianes de clubes nocturnos, en jerga porteña- se enfrentan a policías y jóvenes en torno a la disco más pequeña del mundo, punto axial, anus mundi, como diría Mircea Eliade, donde los mundos inferior y superior se cruzan y abren puertas de circulación entre el cielo, el infierno y la tierra.

Pero, con Aira, hasta los más tremendos acontecimientos están pasados por un tamiz de distancia y humor (hay pasajes realmente divertidos en esta novela), y así esta novela, como la mayor parte de las que ha escrito, adquiere una atmósfera de irrealidad que no le quita nada de potencial subversivo. Da la impresión de que Aira fuerza sus temas hasta el límite (¿pero límite de qué?) y que nunca sabe dónde va a llegar; y que, una vez instalado en el territorio del delirio, se siente a gusto.

Jacobo el mutante

También de Interzona, aunque Alfaguara la publicó en España. Ni una ni otra edición llega por estos pagos.

Aquí Mario Bellatín juega con los géneros: formalmente, es el análisis de un manuscrito incompleto e inédito de Joseph Roth, La frontera, pero, en realidad, se trata de una historia oscura y demencial sobre un tabernero austriaco y rabino judío a la vez que, sin mayor transición, se metamorfosea en su hijastra, una mujer que predica en un remoto pueblo estadounidense. Aunque hay quienes la sitúan en la misma vena de Shiki Nagaoka: una nariz de ficción, por la referencia a escritos imaginarios, hay una diferencia bien notable. Tanto Shiki como su obra son ficticios; Roth, en cambio, no lo es, y al autor le ocurrió una anécdota que dice mucho de los lectores entusiastas y a la moda: cuando hizo referencia a La frontera en una charla, alguien del público señaló que no la había leído, pero que sí había visto la novela basada en el libro. Por esta vía, la creación de Bellatín pareció encontrar una cierta carta de ciudadanía fuera de los márgenes de Jacobo el mutante. Es difícil, en todo caso, que llegue a estar, como el Necronomicon de Abdul Alhazred creado por H.P. Lovecraft, en los catálogos de las bibliotecas. Según el autor, la estratagema le permite delimitar la voz de un narrador que usa el lenguaje seco y preciso de un académico limitado a comentar su fuente. Sin embargo, la falsa novela de Roth tiene un desarrollo extraño y perturbador, que contrasta fuertemente con el apagado tono de quien la comenta.

Bellatín, en este libro, cumple con aquella afirmación que sostiene que toda novela es una impugnación de la forma clásica. Incluye, además, fotografías en blanco y negro de paisajes fantasmales y despojados de vida, que establecen un interesante contrapunto con el relato sobrio y despojado que se apoya en un texto ficticio para cargar de sentido el retrato de la monstruosidad. Según el autor, las fotografías cumplen una función mayor, muestran “una textura que ayude al lector a darse cuenta de lo obvio, que todo es una mentira, que el autor no quiere que le crean, pero que, no obstante, lo más importante pretende estar presente: la conciencia de que se transcurre por una realidad paralela”.

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