domingo, mayo 11, 2008

Dos novelas de James M. Cain

Cain – Caín- es conocido sobre todo por El cartero siempre llama dos veces, que ha merecido dos versiones cinematográficas. La primera, de 1946, fue protagonizada por Lana Turner y John Garfield, dirigida por Tay Garnett. La segunda, de 1981, estuvo a cargo de Bob Rafelson y contó con la participación protagónica de Jessica Lange y Jack Nicholson. Dicen los entendidos que la primera es la mejor. Lanzó al estrellato a una de las grandes estrellas de la primera mitad del siglo, Lana Turner; Garfield, por su parte, a pesar de su calidad como actor, desapareció de la escena por obra y gracia del macarthysmo y su caza de brujas. Pero la de 1981 no es nada de mala, con Jessica Lange prodigando sensualidad y Jack Nicholson sin codificar aún su repertorio de gestos como para que cualquier papel suyo sea el de Nicholson, Jack Nicholson.

La novela es, de todos modos, estupenda. Desolada y pesimista, recrea la devastación económica de los años treinta y la irreductible tentación por la violencia que asedia a la sociedad estadounidense, ya sea para lograr herencias, resolver conflictos o difundir la democracia. La pareja protagónica tiene una relación intensa, casi asfixiante, con la sensibilidad y la sexualidad a flor de piel, y sólo ella habría merecido una novela; pero, además, el azar y la fatalidad se dan la mano para precipitar una historia cuyas vueltas y revueltas sorprenden, pero también confirman lo que se desliza desde las primeras páginas del libro: que el nuevo timbrazo del cartero llegará en el peor momento y de la peor manera, porque, una vez convocada la desgracia, no hay manera de escapar.

Pacto de sangre es, si cabe, una novela aún más estremecedora y revulsiva, con un personaje femenino que parece realmente la encarnación del mal. También fue llevada al cine, en 1944, bajo la dirección de Billy Wilder, con Barbara Stanwyck y Fred McMurray, con su título original, Double Indemnity. Tiene fama de ser una de las mejores películas del género policial negro.

Hay un diálogo absolutamente memorable. Walter Huff, agente de seguros, y Phyllis Nirdlinger, esposa de un rico empresario petrolero, planean matar al marido de ella. “Estará mejor… muerto”, dice Phyllis. Y ante el escepticismo de Huff, agrega: “Hay algo en mí que ama la muerte. A veces creo que la muerte soy yo misma, envuelta en una mortaja escarlata, flotando en la noche. ¡Me veo tan hermosa entonces! ¡Y tan triste! ¡Y tan ansiosa de hacer que todos sean felices arrastrándoles conmigo en la noche, lejos de toda preocupación, de toda desdicha!”

Tan hermosa, tan triste, tan fatal: Phyllis arrastra una historia siniestra, monstruosa y terrible, que arrastra a Huff y lo conduce a la inevitable pérdida de todo lo que algo significaba para él. Y lo más notable de estas novelas es que el lector no puede menos que solidarizar con sus personajes, a pesar de sus actos criminales, a pesar de que son, o se convierten en, asesinos. Es que detrás de todo se adivina la presencia de ese otro gran actor, el victimario por excelencia, el azar que todo lo desordena y precipita hacia el abismo; y ante eso, ante ese designio inescrutable e inevitable, todos estamos igual de desprotegidos.

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1 Comments:

Blogger Gonzalo B said...

Estas dos novelas son excelentes. Las releí el año pasado y las disfruté igual que la primera vez. La películas también son muy buenas, en especial Pacto de Sangre, cuyo guión es de Raymond Chandler.

sábado, junio 14, 2008 7:31:00 p.m.  

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