Desde un no lugar
"El último territorio"
Columna publicada en la revista El Sábado del 12 de mayo de 2007
Galitzia es una región enclavada en la ladera oriental de los Montes Cárpatos, que separan Ucrania de Hungría y del resto de Europa Central. En el siglo pasado, Galitzia pasó de formar parte del imperio austrohúngaro a la ocupación polaca, soviética, alemana y luego nuevamente soviética, hasta la independencia de Ucrania en la década de los noventa. A pocos kilómetros de Lvov, los diligentes funcionarios del imperio austrohúngaro situaron el centro de Europa, monolito que representó, como pocas otras cosas, el tremendo espejismo sobre el que se cimentó por décadas el mapa del Viejo Continente. Bajo el suelo de Lvov está también la línea divisoria de las aguas que fluyen hacia el Mar Báltico o hacia el Mar Negro. Y, sin embargo, esa centralidad es totalmente ilusoria: Galitzia, y de algún modo también Ucrania, es una zona fronteriza, marginal, la no-Europa en Asia y la no-Asia en Europa, un lugar donde pudo alzarse el mayor observatorio astronómico de la región que, sin embargo, sólo sirve hoy como mudo testigo de la distancia sideral entre el borde y el centro, entre la metrópolis y los márgenes.
Al ampliar el mapa se aprecia que Galitzia es la región de Ucrania que más se adentra en esa otra entelequia denominada "Europa Central", y limita con Belarús (o Bielorrusia), Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumania. Chernobil (Chornobyl en la foto) está en el centro del país, casi en la frontera de Belarús, sobre el río Prypyats (lo he visto como Pripet en traducciones al español)
El último territorio
Yuri Andrujovich
Editorial El Acantilado, Barcelona, 2006. 211 páginas.
Hasta allí la columna. Agrego ahora algunas citas y amplío el comentario sobre este ucraniano extrañamente actual para nosotros. Dice Andrujovich:
"Galitzia es una región completamente artificial, hilvanada por una traslúcida telaraña de conjeturas pseudo históricas e intrigas de politicastros. Tienen razón quienes afirman que Galitzia no es más que la invención de unos ministros austríacos de hace ciento cincuenta años".
Vista panorámica de Lvov
Puede ser pertinente la pregunta de por qué una obra sobre una región tan disímil puede ser interesante para apreciar mejor la realidad criolla. Tal vez se trata solamente de un buen libro, de estilo seductor y provocativo contenido, al menos para quien cree que la literatura de la Europa Central no sólo está destinada a las señoras adictas a la pastelería vienesa. O tal vez es la fuerza del contraste entre dos realidades, el joven país sudamericano que está a medio camino de todo y la vieja región europea transida de historia, pero con un destino marcadamente incierto que a su vez está inscrita en un país a la deriva, "esa gran comunión noctámbula de un pueblo borracho, del que brota la generosidad, el amor y el afecto; así somos, una gran familia, la mafia, hermanos y hermanas todos".
O tal vez es, simplemente, que, cuando se habla o escribe desde la periferia, el discurso resuena y encuentra ecos. Gilles Deleuze y Feliz Guattari escribieron un breve ensayo llamado Kafka. Por una literatura menor. Postulaban una idea interesante: que Kafka escribía desde los márgenes del alemán, con una sintaxis y un léxico propios de un pequeño grupo de familias alemanas de Praga, muy distinto del alemán propio del centro de la cultura germana. Según ellos, era la mejor manifestación de lo que denominan literatura menor, no en el sentido de la calidad ni de la extensión, sino de aquella que se articula en la periferia de la lengua. Tal como la escritura de los galitzianos y las literaturas menores de América Latina, menores respecto de la peninsular. Hay otras similutudes más obvias: Andrujovich, nacido en 1958, creció en un régimen dictatorial y participó en la búsqueda de cuerpos enterrados en tumbas sin nombre luego del derrumbe de la Unión Soviética; y vivió, y sigue viviendo, una problemática transición a la democracia, más complicada y conflictiva, desde luego, que la chilena.
Apocalíptica de Chernobyl. Cientos de camiones abandonados bajo el vuelo de helicópteros equipados contra la contaminación. Piezas y partes de los vehículos se transaron en el mercado negro. Quedan sólo las carcazas.
Pero hay más. Para el lector universal, sobresale el vigor del estilo de Andrujovich, alimentado por la conciencia de lo que significa ser escritor, más allá y más acá de Chernobyl.
"Ahí está el escritor. Su número de lectores se reduce cada vez más y entre su público sólo van quedando fracasados como él. El idioma materno gira a su alrededor y cada vez es menos un medio de comunicación y más una fortaleza, o, mejor dicho, una concha. Su futuro -el último refugio del grafómano- no queda justificado (a su alrededor observa a la juventud, necia y cínica; los mejores huyen, emigran, se mimifican). Claro que nadie tiene derecho a prohibir a las personas buscar lo mejor de sí, ni tan siquiera a un escritor.
Entonces, ¿qué le queda?
Ahora que lo pienso, le queda algo, y muy importante: esforzarse por escribir bien. En una sociedad lumpenizada, gobernada por instintos y no por ideas, el papel del escritor sigue siendo el mismo. Siempre es el mismo. La única diferencia es que debe ser consciente de que no le escucharán. Esto no significa que no tenga la obligación de escribir bien. Por regla general se trata de una obligación sobre uno mismo, pero no siempre.
Al escritor suele quedarle la esperanza, algo que es posible incluso después de Chernobyl."
Luminosas palabras desde un paisaje devastado. Quizá Andrujovich es el profeta del siglo XXI. Quizá bajo la cáscara de la modernidad y el emprendimiento están sólo la ruina, la decadencia y la furia... y la esperanza. Por lo menos, aún no hemos tenido nuestro Chernobyl.
Etiquetas: Literatura
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home