Tormenta de mierda

Nocturno de Chile
Por Roberto Bolaño. Editorial Anagrama, Barcelona, 2000. 150 páginas.
Si alguien piensa todavía que Roberto Bolaño es más mexicano o más español que chileno, esta novela debería convencerlo de lo contrario. Porque Nocturno de Chile es tan o más local que Estrella distante, única entre sus obras anteriores situada en nuestro país. Y lo es más no sólo por el título, sino porque constituye una contundente y precisa mirada sobre el último medio siglo de la historia de Chile, entre 1950 y 2000.
Para no arriesgar querellas, Bolaño ha preferido dejar al lector la tarea de adivinar algo extraordinariamente fácil, es decir, quiénes son los críticos literarios que en la novela adoptan los nombres de Farewell y Sebastián Urrutia Lacroix. Para evitar querellas también, aquí se seguirá la misma práctica. Sin embargo, es precisa otra obvia aclaración. Se trata de una novela y, por lo tanto, su compromiso con la verdad histórica opera a otro nivel. No se le puede pedir exactitud respecto de hechos reales, sino capacidad reveladora. Por lo mismo, los personajes, sea Farewell, el general Pinochet o los señores Oido y Odeim (que hay que leer al revés para enterarse inmediatamente del ominoso sentido de aquellos nombres, o esperar su aparición en la trama para advertir lo mismo), son personajes, creados por el autor y sujetos a las leyes de la ficción. Porque, además, no se trata de una novela histórica, sino de una obra que dialoga con la historia, la interpreta y la revela como sólo es capaz de hacerlo la ficción, tan frecuentemente más verdadera que la mera relación de hechos.
El protagonista es el mencionado Sebastián Urrutia Lacroix, sacerdote del Opus Dei y crítico literario de un importante diario de Santiago de Chile, con el seudónimo de H. Ibacache, el cura Ibacache. Agoniza en el amanecer del año 2000 y en su largo insomnio recuerda, recuerda y narra su vida desde que conoció a Farewell, otro crítico famosísimo, cuando recién salía del seminario, hasta la segunda llegada de un Presidente socialista al Palacio de la Moneda. En el camino, Urrutia Lacroix viaja al sur, al fundo de Farewell, donde comparte con Neruda; enumera a los autores que leyó y comentó; cuenta historias como la de Salvador Reyes, Ernst Jünger y un pintor guatemalteco agonizante de hambre en el París ocupado por los nazis, o la del zapatero que construyó un mausoleo en la Colina de los Héroes, en Europa; viaja por ese continente y aprende que los curas europeos son expertos en el arte de la cetrería, porque los halcones son el mejor método para exterminar a las palomas que se cagan en las iglesias; vuelve a Chile y estudia incansablemente a los griegos mientras Salvador Allende gobierna el país; le hace clases de marxismo al general Pinochet y al resto de la junta militar; y es testigo de las tertulias literarias que se celebraban en cierta casa de Lo Curro, en cuyo sótano se torturaba a prisioneros, cosa de la que Urrutia Lacroix se entera mucho más tarde.
¿Qué concluye el cura Ibacache? Que "Chile entero se había convertido en el árbol de Judas, un árbol sin hojas, aparentemente muerto, pero bien enraizado todavía en la tierra negra, nuestra fértil tierra negra en donde los gusanos miden cuarenta centímetros".
Nocturno de Chile se compone de dos párrafos. Uno cubre la casi totalidad de la novela; el otro es la línea final. Ambos textos, pese a su tan diferente dimensión, se potencian mutuamente y arrojan luz el uno sobre el otro. Y a partir de ese juego, del monólogo interminable de Urrutia Lacroix y la escueta frase que cierra el texto (muy exigente desde el punto de vista del estilo, que mantiene la tensión sin punto aparte alguno durante casi todo el libro), se desprende otra lectura de la historia, otra manera de entender o de explicar qué nos pasó y por qué los hechos ocurrieron como ocurrieron.
Etiquetas: Bolaño, Literatura