sábado, septiembre 15, 2007

Jack London: de perros y lobos

Buscando lecturas para mis niños, me di cuenta de que no tenía dos libros de Jack London que había leído yo a su edad. Los busqué y los releí. Aquí va una breve reseña sobre ambos.


En 1897, a los 21 años, Jack London se sumó a la corriente humana que fluía hacia Alaska, en medio de la última “fiebre del oro” del siglo XIX. El joven London, quien ya había ganado un concurso de cuentos, no encontró oro ni se hizo rico, pero el acopio de experiencias en las lejanas tierras septentrionales fue un valiosísimo material para nutrir una de las vetas más generosas de su narrativa: el hombre frente a la naturaleza o, mejor aún, la fuerza indomable de la naturaleza y lo implacable de sus designios.

Con la lejana música de fondo de la teoría de la evolución de Darwin, todo un estreno intelectual algunas décadas antes, London escribió un díptico curiosamente simétrico, La llamada de la naturaleza (1903) y Colmillo Blanco (1907).

En la primera, un perro del sur es raptado y llevado hasta Alaska, donde aprende a arrastrar trineos y trabaja hasta la extenuación; cuando está a punto de morir de agotamiento, lo salva un hombre blanco y Buck se convierte en su mejor amigo y compañero de aventuras en la búsqueda del oro. Pero el perro siente que los bosques, los ríos y la fauna interpretan una canción cuya melodía es extrañamente atractiva, tanto que progresivamente lo lleva a romper sus vínculos con los hombres para regresar al estado del depredador salvaje inscrito en la herencia lupina que lleva en la sangre.

En la segunda, un lobezno con algo de sangre de perro es atrapado por una tribu india y bautizado como Colmillo Blanco. Gracias a su doble herencia, es más grande, más fuerte y también más astuto que el resto de los perros de la manada; y también es un solitario, criado por Castor Gris, su amo, con rigor y sin una gota de cariño. Se convierte así en un temible rival, famoso en toda Alaska por su silenciosa ferocidad. Cae luego en manos del Bello Smith, “una monstruosidad”, horrible de apariencia y despreciable por su calidad moral, pero, dice el autor, “él no era responsable. Así había sido moldeada su arcilla”, en una muestra de la aplicación mecánica de las leyes de la herencia y el influjo del medio. El Bello Smith se impone a Colmillo Blanco por la fuerza desmedida del castigo físico y lo convierte en un perro de pelea, una fiera irredimible que vence sin apelación a los más feroces y grandes rivales. Cuando Colmillo Blanco derrota a un lince, ya no tiene más rivales: nadie quiere arriesgar sus perros y su dinero contra el invencible lobo.

El desenlace es el camino inverso de El llamado de la naturaleza: cuando por fin Colmillo Blanco ha encontrado la horma de su zapato en un bull dog que se aferra implacable a su garganta, es rescatado por un hombre blanco que poco a poco, con infinita paciencia, le enseña el lenguaje del respeto y del amor. Tan fuerte es el vínculo entre el lobo y el hombre, que Weddon Scott se resigna a llevar a Colmillo Blanco a las cálidas tierras del sur, donde, finalmente, tras un complicadísimo aprendizaje, el lobo invencible recibe un nuevo nombre, el Lobo Bendito, tras salvar al padre de Weddon y a su familia del ataque de un criminal (“era un hombre feroz. Había sido creado mal. No había nacido bien y las manos de la sociedad no lo habían ayudado en nada al moldearlo”).

De este modo, Colmillo Blanco realiza el camino inverso al de Buck, el orgulloso perro casero que deviene salvaje. El llamado de la naturaleza se contrapone a lo que London llama, en la segunda novela, “el llamado de la especie”, el llamado de milenios de domesticación, de cercanía con el hombre y aceptación de su ley a cambio de calor y comida.

El llamado de la naturaleza tiene menos de cien páginas y apareció primero por entregas en el Saturday Evening Post. London recibió dos mil dólares –una pequeña fortuna en aquel tiempo- por su novela, y de ahí en adelante pudo vivir holgadamente de sus ingresos como escritor. Es una novela redonda, que administra perfectamente la economía de medios, que atrapa y conmueve; una historia de profunda humanidad, aunque la protagonice un perro. Colmillo Blanco es, en cambio, mucho más larga, de estilo farragoso y abundantísimas repeticiones, que sólo hacia el final se desprende de una escritura que parece programática, la demostración de una tesis, y enlaza con lo que mejor sabe hacer London, situar en el mismo plano narrativo la aventura y la emoción.

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jueves, septiembre 13, 2007

Mujeres en guerra, 2: Anónima


De Anónima, la autora de Una mujer en Berlín, se sabe poco. Apenas que se trataba de una periodista fieramente escéptica frente al nazismo, muy inteligente, capaz de un análisis distanciado y filoso de su país y de su época. Vivió en París y otras capitales europeas. Conoció la Unión Soviética y aprendió a hablar ruso de manera rudimentaria. El último año de la guerra quedó atrapada en Berlín, trabajando en una editorial. Comenzó a llevar un diario a partir del 20 de abril de 1945, cuando era inminente la caída de Berlín en manos soviéticas, y lo prolongó hasta el 22 de junio del mismo año, cuando ya la situación parecía aproximarse a aquello tan elusivo que puede denominarse normalidad.

Anónima, mujer elegante y guapa, de poco más de treinta años en aquel momento, vivió lo peor de la ocupación rusa, una experiencia infernal de violaciones sin cuento. El diario fue su manera de resolver el dilema entre la humillación y la muerte. En páginas escritas con la prisa y la urgencia de la catarsis, Anónima habla de las mujeres alemanas consideradas como botín de guerra, de los códigos de sobrevivencia entre las ruinas del Tercer Reich, de la experiencia colectiva de la humillación y del hambre. No evade ningún tema: ni la responsabilidad alemana en la agresión, ni el feroz egoísmo que asoma en condiciones de tensión extrema y lucha por la sobrevivencia, ni la pregunta sobre si es no no es una prostituta, desde el momento en que recibe alimentos a cambio del uso de su cuerpo. Y a pesar de las prisas, está notablemente bien escrito, con el doble apremio de la desesperación y del anhelo de vivir, de rendirse, a pesar de todo, a la "oscura y maravillosa aventura de vivir. Persevero en ella por curiosidad, y porque me alegra respirar y sentir mis miembros sanos".


En este desolado paisaje de ruinas transcurre el relato de Anónima.

Temible lucidez, la de Anónima, que resuelve en la escritura los temas que a la viuda con que comparte el alojamiento le provocan horribles pesadillas, lucidez que logró aceptar la conveniencia de que su diario fuera publicado. Apareció primero en Estados Unidos y, a fines de los años cincuenta, en Alemania, donde la recepción fue todo menos benévola. Al igual que Gerd, su novio, cuya aparición en su casa motiva que pusiera punto final al diario, los alemanes no entendieron ni fueron capaces de aceptar la franqueza y crudeza de su descripción de las relaciones con los rusos, con los triunfadores, con los violadores. Es que el diario -y el lenguaje de Anónima en esos meses- refleja una experiencia de humillación y exigencia física (tras las violaciones, vino el hambre) como nunca se imaginaron los alemanes. Y aunque dista mucho de lo que tuvieron que soportar ludíos, comunistas, católicos, gitanos, gays y prisioneros de guerra en los campos de concentración nazis, muestra otra faceta terrible de la guerra, la derrota de quienes además saben que es justa, aunque nada hicieron por provocarla.

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