lunes, mayo 19, 2008

Vida y destino


Este artículo -con muy pocos cambios- apareció en Artes y Letras, diario El Mercurio, el domingo 6 de abril. Acaba de llegar a Chile una nueva edición de Vida y destino bajo el sello Lumen, más barata que la de Galaxia Gutenberg.

Sin duda, la aparición de esta novela, directamente traducida del ruso, fue uno de los acontecimientos literarios más importantes en el ámbito de la lengua española. No sólo porque es una de las grandes obras narrativas del siglo XX, sino también porque ha logrado un impresionante éxito de público. Que la crítica la celebre, es una cosa; que una novela de más de mil páginas ingrese a las listas de libros más vendidos, una muy diferente.

En 1985, Seix Barral publicó una edición de Vida y destino, pero traducida del francés. Eran 800 páginas en letra pequeña, difícil de leer, y pasó totalmente desapercibida. Tampoco la edición inglesa tuvo mayor repercusión, aunque sí fue éxito de ventas en Francia. Más de veinte años después, y en buena medida gracias a la obra del historiador inglés Anthony Beevor, que editó y publicó los diarios de corresponsal de guerra del escritor ruso, Vida y destino alcanza un feliz renacimiento. En Inglaterra, pasó de vender 500 ejemplares al año a vender 500 al mes. En España, la cuidada edición de Galaxia Gutenberg, traducida directamente del ruso por Marta Rebón, ha sido uno de los libros más comentados y celebrados de los últimos tiempos. Según indicó el diario español ADN en noviembre de 2007, la editorial esperaba “vender entre el mandarinato cultural algunos (pocos) miles de copias”, pero a poco más de un mes ya había vendido 100 mil y miles más se preparaban en la imprenta, cosa notable para un libro de 1.100 páginas. En Chile, a pesar del precio, la novela de Grossman también ha inundado las vitrinas de las librerías.

Pero el camino para llegar a este reconocimiento ha tenido un trazado donde el azar, la decisión y la buena fortuna han corrido parejas. Desde luego, Grossman no vivió para presenciarlo, y ni siquiera lo suficiente como para intuir que sería posible.

Dos o tres siglos de censura

Grossman concluyó Vida y destino en 1960, cuando todavía duraba el espejismo de la la apertura iniciada por Jruschov y su denuncia de los crímenes del estalinismo. El antiguo comisario del Ejército Rojo estuvo en Stalingrado, al igual que Grossman, pero ya estaba asediado por el impulso restaurador, por así decirlo, de los viejos cuadros del PCUS. Con todo, Grossman confiaba en que su novela, por su dimensión épica, por su rescate del heroísmo del pueblo ruso en la gran guerra patriótica y por su prestigio como periodista, podría ser publicada. En octubre de ese año la entregó a los editores de la revista Znamya. En febrero de 1961 recibió la respuesta: tres agentes de la KGB, la policía política soviética, llegaron hasta su casa a confiscar el manuscrito, las cintas de la máquina de escribir, el papel calco y cualquier papel relacionado con la novela. Ya no se hacía desaparecer personas, como en los tiempos de Stalin, pero sí se podía secuestrar un manuscrito.

Pero el autor no se rindió de inmediato. No sólo confiaba en el valor literario y testimonial de su novela, también apelaba a la verdad. Le escribió a Jruschov que “sigo creyendo que he dicho la verdad, que escribí el libro amando a los hombres, confiando en ellos. Pido la libertad para mi libro”. Finalmente, Grossman fue recibido por Mijail Suslov, un dirigente del partido que, según el historiador Zhores Medvedev, prefería “tener poder real antes que notoriedad pública” y, con ese bajo perfil, fue el gran ideólogo y estratega de la Guerra Fría. Medvedev, además, sostiene que era “el tapado” de Stalin, que no asumió el poder sólo porque el extremo secretismo del dictador se llevó a la tumba los hilos de la operación para encumbrarlo. Suslov fue, pues, el encargado de desalentar finalmente a Grossman. Según algunas versiones, se limitó a decirle, en tono condescendiente, que volviera al estilo de sus primeras y ortodoxas obras (en rigor, no eran así). Según las más difundidas, Suslov dijo que Vida y destino no podía ser publicada en 200 o 300 años.

Grossman tenía 56 años cuando concluyó Vida y destino. Murió a los 59, de cáncer, y sin esperanzas de ver publicada su obra, aunque, por fortuna, había hecho dos copias antes de hacer pública la existencia del manuscrito. Años después, gracias al físico Andrei Sajarov, una de esas copias fue enviada fuera de la Unión Soviética y a comienzos de la década de los ochenta, en Suiza, apareció la primera edición de Vida y destino.

Una novela total

Tras leer aquella edición, el crítico George Steiner escribió que “novelas como La rueda roja de Solzhenitsin y Vida y destino eclipsan todo lo tenido por ficción seria en Occidente al día de hoy”, afirmación que puede ser un tanto exagerada y probablemente escrita al calor de disputas ideológicas que hoy no están vigentes. Aún así, un elogio tan excesivo en apariencia despertó la ira de escritores como Anthony Burgess. El escritor Robert Chandler, traductor de Grossman al inglés, dice que el autor de La naranja mecánica acusó a Grossman de falta de imaginación, “algo sorprendente que atribuir a un escritor capaz de describir tan convincentemente los últimos momentos de un niño muriendo en una cámara de gas nazi”.

Más allá de estas polémicas, muy propias del ámbito literario, aunque hubo reconocimientos tempranos como el de Steiner y la crítica francesa, sólo recientemente, como está dicho, Grossman ha logrado el reconocimiento que su extraordinaria novela merece.

En Memoria del mal, tentación del bien. Indagación sobre el siglo XX, el crítico literario, filósofo e historiador Tzvetan Todorov, llamado por L’Express “el apóstol del humanismo”, dedicó un capítulo a Grossman y tomó los epígrafes de los capítulos de un texto suyo, La Madona sixtina. El resultado de su intento por definir qué es lo más característico del siglo pasado no es optimista: según Todorov, “el resultado capital, para mí, es la aparición de un mal nuevo, de un régimen político inédito, el totalitarismo que, en su apogeo, dominó buena parte del mundo”. Y para testigo de aquello, Grossman es, sin duda, uno de los privilegiados.

Vida y destino se desarrolla en una multiplicidad de escenarios. Aunque el foco central está en torno a la batalla de Stalingrado, el lector viaja, junto a los personajes de Grossman, desde el campo de concentración alemán de Treblinka hasta los campos de trabajo de Kolimá, en Siberia, por distintas ciudades y pueblos que acogen a miembros de la familia Sháposhnikov y por la Lubianka, la tristemente célebre prisión moscovita que operaba como lugar de interrogatorio y tortura y centro de distribución de prisioneros desde y hacia todo el territorio soviético. La línea argumental remarca la amplitud de la geografía en lo que quizá fue lo más irritante para las autoridades soviéticas, precisamente lo que Todorov resalta desde su análisis histórico y cultural: que el nazismo y el estalinismo son dos caras de la misma moneda totalitaria. Grossman, además, pone como protagonista a Víctor Schtrum, físico judío, y no vacila en denunciar todas las formas, desde las insidiosas del lenguaje y el gesto corporal hasta la descarada cooperación con el genocidio, del antisemitismo ruso, lo que vuelve a igualar, en su afán asesino, a nazis y estalinistas (su otra novela tardía, Todo pasa, relata el estremecedor exterminio de los campesinos ucranianos a comienzos de la década de los treinta).

Ante novelas de tan vasta extensión cabe siempre la pregunta, legítima, de si se justifica tamaña empresa. Robert Chandler cuenta, con mucha gracia, que cuando le ofrecieron traducir Vida y destino, se negó de plano: él no sólo no traducía novelas de semejante calibre, sino que no las leía. Pero, como tantos otros lectores, quedó cautivado con esta escritura de formato clásico, transparente y conmovedora, que se da tiempo para adentrarse en el alma de sus personajes y en permitir que cada uno de ellos adquiera la autonomía que exige su papel dentro del relato. Novela episódica, con capítulos que podrían ser autónomos, con personajes históricos (especialmente los jefes militares de ambos bandos en la batalla de Stalingrado) y ficticios, se va armando en la lectura como un gran fresco, un cuadro de increíble viveza, horror y dolor, que a pesar de todo el espanto que narra rescata la humanidad y el valor de las vidas humanas, aún de las más pequeñas y desvalidas, o sobre todo de las más pequeñas y desvalidas.

Grossman, ha destacado la crítica, logra la hazaña de aunar el valor testimonial del testigo privilegiado con la potencia del escritor que crea mundos. De ahí la carga de verdad que respira cada línea de su novela; de ahí su capacidad para conmover, emocionar y atrapar al lector. De ahí que, de manera casi unánime, podamos celebrar un libro estremecedor que es también, sin embargo, un canto al humanismo y a la fe en la bondad humana.

Recuadro: Beevor y Grossman

Anthony Beevor dejó el servicio en el ejército y la escritura de novelas para pasarse, doblemente armado con ese bagaje, a la investigación histórica. Se especializó en los años más duros y conflictivos del siglo XX, las décadas de los treinta y los cuarenta, con obras ejemplares que han renovado la manera de hacer historia: cada libro suyo se lee con tanta pasión y sentido del suspenso como una novela.

A ello hay que agregar la solidez de la documentación. En su investigación para Stalingrado, Beevor dio con los diarios y papeles de Grossman, sepultados en el Archivo del Estado Ruso de Literatura y Artes. Ahí estaba no sólo el material básico para sus artículos en Estrella Roja, el diario del Ejército Rojo, que lo convirtieron en el corresponsal de guerra más admirado de la Unión Soviética, sino también, en germen, Vida y destino. Beevor lo citó abundantemente en su extraordinario díptico sobre el frente oriental, Stalingrado y Berlín. La caída: 1945, y luego emprendió la edición de todo el material encontrado –diarios, artículos, cartas- en Un escritor en guerra, rescate -y homenaje a la vez- del trabajo de Grossman, que constituye, según Beevor, “no sólo la materia prima de la que se sirvió un gran escritor” sino que también representa, “de lejos, los mejores testimonios sobre el Frente del Este, quizá las descripciones más penetrantes de lo que el propio Grossman llamaba ‘la verdad despiadada de la guerra’”.

miércoles, mayo 14, 2008

Rey Rosa, Aira, Bellatín

Lecturas porteñas. Compradas en Buenos Aires, más bien, en febrero y en abril de este año.

Caballeriza

Penúltima novela de Rodrigo Rey Rosa, que no llegó a las librerías chilenas (en Buenos Aires estaba agotada, la encontré en Corrientes en un mesón de ofertas). La última, Otro zoo, ni siquiera ha llegado a Argentina. ¿Qué pasa, señores Seix Barral/Planeta?).

Rey Rosa vuelve a situar la narración en Guatemala, su patria, con la novedad de que él mismo participa como protagonista y que está basada, en cierta medida, en hechos reales. O, como él lo dijo en una entrevista, “la peripecia es ficticia, pero algunos de los acontecimientos narrados ocurrieron, aunque en diferentes momentos y lugares que en mi obra, en la que he hecho una síntesis de todos ellos para dar una sensación de historia orgánica”. Historia que es política en el sentido más amplio, o, si se lo mira desde el ángulo del subgénero, policial. De novela policial clásica, quiero decir.

La novela rezuma violencia, pero de la contenida manera que trabaja Rey Rosa y que puede ser así aún más sobrecogedora. El poder incontrastable de las elites en sociedades patriarcales se muestra en toda su desnudez, desde el saludo ritual al anciano que celebra su cumpleaños hasta la impunidad feroz de sus acciones. Sin embargo, nada más lejos del tono y los énfasis de Rey Rosa que el clásico estilo de denuncia. No denuncia, muestra, y en esa habilísima omisión de los adjetivos funda buena parte de la eficacia de una excelente novela, que se acerca a las otras “guatemaltecas” de Rey Rosa, como Que me maten si... o El cojo bueno.

Yo era una chica moderna

El siempre prolífico César Aira demanda que, de vez en cuando, haya que volver a su manantial de delirantes y reveladoras fantasías. Esta novela está editada por Interzona, editorial bonaerense que nadie distribuye en Chile (¿por qué, por qué, si el catálogo es provocador y latinoamericano, y a precios más que asequibles?).

Con Aira hay que estar dispuesto a lo inesperado, pero, aún así, cada giro argumental que logra en sus novelas sorprende. De este modo, lo que parece una simple disputa amorosa entre jovencitas en plena efervescencia sexual se transforma en un sanguinolento episodio de donde emerge El Gauchito, un feto dotado de extraños poderes que se roba la película y lanza destellos de ruda comicidad sobre las calles de una ciudad asediada por la miseria. Hordas de patovicas –guardianes de clubes nocturnos, en jerga porteña- se enfrentan a policías y jóvenes en torno a la disco más pequeña del mundo, punto axial, anus mundi, como diría Mircea Eliade, donde los mundos inferior y superior se cruzan y abren puertas de circulación entre el cielo, el infierno y la tierra.

Pero, con Aira, hasta los más tremendos acontecimientos están pasados por un tamiz de distancia y humor (hay pasajes realmente divertidos en esta novela), y así esta novela, como la mayor parte de las que ha escrito, adquiere una atmósfera de irrealidad que no le quita nada de potencial subversivo. Da la impresión de que Aira fuerza sus temas hasta el límite (¿pero límite de qué?) y que nunca sabe dónde va a llegar; y que, una vez instalado en el territorio del delirio, se siente a gusto.

Jacobo el mutante

También de Interzona, aunque Alfaguara la publicó en España. Ni una ni otra edición llega por estos pagos.

Aquí Mario Bellatín juega con los géneros: formalmente, es el análisis de un manuscrito incompleto e inédito de Joseph Roth, La frontera, pero, en realidad, se trata de una historia oscura y demencial sobre un tabernero austriaco y rabino judío a la vez que, sin mayor transición, se metamorfosea en su hijastra, una mujer que predica en un remoto pueblo estadounidense. Aunque hay quienes la sitúan en la misma vena de Shiki Nagaoka: una nariz de ficción, por la referencia a escritos imaginarios, hay una diferencia bien notable. Tanto Shiki como su obra son ficticios; Roth, en cambio, no lo es, y al autor le ocurrió una anécdota que dice mucho de los lectores entusiastas y a la moda: cuando hizo referencia a La frontera en una charla, alguien del público señaló que no la había leído, pero que sí había visto la novela basada en el libro. Por esta vía, la creación de Bellatín pareció encontrar una cierta carta de ciudadanía fuera de los márgenes de Jacobo el mutante. Es difícil, en todo caso, que llegue a estar, como el Necronomicon de Abdul Alhazred creado por H.P. Lovecraft, en los catálogos de las bibliotecas. Según el autor, la estratagema le permite delimitar la voz de un narrador que usa el lenguaje seco y preciso de un académico limitado a comentar su fuente. Sin embargo, la falsa novela de Roth tiene un desarrollo extraño y perturbador, que contrasta fuertemente con el apagado tono de quien la comenta.

Bellatín, en este libro, cumple con aquella afirmación que sostiene que toda novela es una impugnación de la forma clásica. Incluye, además, fotografías en blanco y negro de paisajes fantasmales y despojados de vida, que establecen un interesante contrapunto con el relato sobrio y despojado que se apoya en un texto ficticio para cargar de sentido el retrato de la monstruosidad. Según el autor, las fotografías cumplen una función mayor, muestran “una textura que ayude al lector a darse cuenta de lo obvio, que todo es una mentira, que el autor no quiere que le crean, pero que, no obstante, lo más importante pretende estar presente: la conciencia de que se transcurre por una realidad paralela”.

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domingo, mayo 11, 2008

Dos novelas de James M. Cain

Cain – Caín- es conocido sobre todo por El cartero siempre llama dos veces, que ha merecido dos versiones cinematográficas. La primera, de 1946, fue protagonizada por Lana Turner y John Garfield, dirigida por Tay Garnett. La segunda, de 1981, estuvo a cargo de Bob Rafelson y contó con la participación protagónica de Jessica Lange y Jack Nicholson. Dicen los entendidos que la primera es la mejor. Lanzó al estrellato a una de las grandes estrellas de la primera mitad del siglo, Lana Turner; Garfield, por su parte, a pesar de su calidad como actor, desapareció de la escena por obra y gracia del macarthysmo y su caza de brujas. Pero la de 1981 no es nada de mala, con Jessica Lange prodigando sensualidad y Jack Nicholson sin codificar aún su repertorio de gestos como para que cualquier papel suyo sea el de Nicholson, Jack Nicholson.

La novela es, de todos modos, estupenda. Desolada y pesimista, recrea la devastación económica de los años treinta y la irreductible tentación por la violencia que asedia a la sociedad estadounidense, ya sea para lograr herencias, resolver conflictos o difundir la democracia. La pareja protagónica tiene una relación intensa, casi asfixiante, con la sensibilidad y la sexualidad a flor de piel, y sólo ella habría merecido una novela; pero, además, el azar y la fatalidad se dan la mano para precipitar una historia cuyas vueltas y revueltas sorprenden, pero también confirman lo que se desliza desde las primeras páginas del libro: que el nuevo timbrazo del cartero llegará en el peor momento y de la peor manera, porque, una vez convocada la desgracia, no hay manera de escapar.

Pacto de sangre es, si cabe, una novela aún más estremecedora y revulsiva, con un personaje femenino que parece realmente la encarnación del mal. También fue llevada al cine, en 1944, bajo la dirección de Billy Wilder, con Barbara Stanwyck y Fred McMurray, con su título original, Double Indemnity. Tiene fama de ser una de las mejores películas del género policial negro.

Hay un diálogo absolutamente memorable. Walter Huff, agente de seguros, y Phyllis Nirdlinger, esposa de un rico empresario petrolero, planean matar al marido de ella. “Estará mejor… muerto”, dice Phyllis. Y ante el escepticismo de Huff, agrega: “Hay algo en mí que ama la muerte. A veces creo que la muerte soy yo misma, envuelta en una mortaja escarlata, flotando en la noche. ¡Me veo tan hermosa entonces! ¡Y tan triste! ¡Y tan ansiosa de hacer que todos sean felices arrastrándoles conmigo en la noche, lejos de toda preocupación, de toda desdicha!”

Tan hermosa, tan triste, tan fatal: Phyllis arrastra una historia siniestra, monstruosa y terrible, que arrastra a Huff y lo conduce a la inevitable pérdida de todo lo que algo significaba para él. Y lo más notable de estas novelas es que el lector no puede menos que solidarizar con sus personajes, a pesar de sus actos criminales, a pesar de que son, o se convierten en, asesinos. Es que detrás de todo se adivina la presencia de ese otro gran actor, el victimario por excelencia, el azar que todo lo desordena y precipita hacia el abismo; y ante eso, ante ese designio inescrutable e inevitable, todos estamos igual de desprotegidos.

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