jueves, mayo 31, 2007

Navidad y Matanza

Columna publicada en la revista El Sábado del 26 de mayo de 2007

La novela como un puzzle para armar es una estrategia narrativa ya probada, que tuvo en Cortázar a uno de sus principales cultores. La idea es interesante porque siempre va aparejada a la ruptura del modelo clásico, del orden convencional, del érase una vez hasta vivieron felices, y es más provocadora todavía si, además de lo formal, la propuesta rompe con otras convenciones.

En la segunda novela que publica Carlos Labbé (1977) se lee, por ejemplo, que el narrador siente escalofríos" cuando lee que la familia chilena es el sustento moral de la clase dirigente de nuestro país". Ahí está lo más revulsivo de esta novela. Ciertamente, Navidad y Matanza plantea desafíos formales y exige una buena cuota de esfuerzo al lector, aunque, como suele ocurrir con obras bien hechas, lo mejor es dejarse llevar y suspender las interrogantes.

El puzzle terminará por armarse y con seguridad hay más de una manera de completarlo. En realidad, eso no es muy relevante. Con historias que se plantean tal grado de libertad y de juego, que citan -y por lo tanto, inscriben en la trama- autores como Lewis Carroll y Georges Perec, que sobreponen planos e historias, que juegan con la identidad de los personajes como en una galería de espejos, lo interesante ya es abordar la tarea de armar el puzzle.

Dejarse llevar por el delirio. Que la historia lo es: siete científicos que usan como clave el nombre de los días de la semana escriben una novela según un estricto pie forzado mientras comparten el encierro y la experimentación en un laboratorio, pero no son los únicos que hablan. Y, más aún, la realidad se cuela por las rendijas de la ficción, las tramas de afuera y de adentro tienden a constituirse en una sola, o en las diversas caras de la misma, y en ese retorcimiento de la trama, en esos relatos dentro del gran relato, el Chile de los noventa surge extrañamente trastocado –o quizá sería mejor decir revelado, mostrado, expuesto, al desnudo, reflejado– en una historia que toma prestados elementos de la ciencia ficción, del género policial, de la crónica periodística, entre otras fuentes, para proponer un ejercicio narrativo vigoroso y complejo, que no le teme a la meta literatura, pero que tampoco renuncia –y esto es lo más importante– a la vocación de contar buenas historias.

NAVIDAD Y MATANZA.
Carlos Labbé. Editorial Periférica, Cáceres, 2007. 171 páginas.

Etiquetas:

lunes, mayo 21, 2007

Desde un no lugar

"El último territorio"

Columna publicada en la revista El Sábado del 12 de mayo de 2007

Galitzia es una región enclavada en la ladera oriental de los Montes Cárpatos, que separan Ucrania de Hungría y del resto de Europa Central. En el siglo pasado, Galitzia pasó de formar parte del imperio austrohúngaro a la ocupación polaca, soviética, alemana y luego nuevamente soviética, hasta la independencia de Ucrania en la década de los noventa. A pocos kilómetros de Lvov, los diligentes funcionarios del imperio austrohúngaro situaron el centro de Europa, monolito que representó, como pocas otras cosas, el tremendo espejismo sobre el que se cimentó por décadas el mapa del Viejo Continente. Bajo el suelo de Lvov está también la línea divisoria de las aguas que fluyen hacia el Mar Báltico o hacia el Mar Negro. Y, sin embargo, esa centralidad es totalmente ilusoria: Galitzia, y de algún modo también Ucrania, es una zona fronteriza, marginal, la no-Europa en Asia y la no-Asia en Europa, un lugar donde pudo alzarse el mayor observatorio astronómico de la región que, sin embargo, sólo sirve hoy como mudo testigo de la distancia sideral entre el borde y el centro, entre la metrópolis y los márgenes.

Al ampliar el mapa se aprecia que Galitzia es la región de Ucrania que más se adentra en esa otra entelequia denominada "Europa Central", y limita con Belarús (o Bielorrusia), Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumania. Chernobil (Chornobyl en la foto) está en el centro del país, casi en la frontera de Belarús, sobre el río Prypyats (lo he visto como Pripet en traducciones al español)
Desde ahí, desde Stanislaw (nombre tradicional) o Ivano-Frankiska (nombre puesto por los soviéticos), escribe Yuri Andrujovich, en la estela de galitzianos tan ilustres como Joseph Roth, Bruno Schultz y Paul Celan. Los ensayos reunidos en El último territorio dan cuenta de una empresa intelectual y política que busca dibujar el contorno esquivo de una identidad que se funda en tradiciones frágiles y casi fantasmales, esquivas y, en algún sentido, peligrosas. Desde la atalaya de la no-Europa, Andrujovich puede realizar tanto una sátira de insólita crueldad sobre el posmodernismo y la vacuidad de las modas intelectuales que vienen desde Occidente, como una crítica social y profundamente subversiva sobre el arribo de la mafia rusa a las redes de poder en Ucrania. Al mismo tiempo, su lectura de la política y de la historia en las últimas décadas, con el acontecimiento de Chernobyl en el centro del análisis, es demoledora, original y estimulante. Nada más refrescante, en realidad, que leer a alguien que abomina tan crudamente de los lugares comunes, los recursos baratos y la banalización del debate intelectual, a tal punto que, hablando desde una realidad tan lejana en sus coordenadas geográficas y culturales, es capaz de iluminar con nuevos matices el paisaje criollo.

El último territorio
Yuri Andrujovich
Editorial El Acantilado, Barcelona, 2006. 211 páginas.

Hasta allí la columna. Agrego ahora algunas citas y amplío el comentario sobre este ucraniano extrañamente actual para nosotros. Dice Andrujovich:

"Galitzia es una región completamente artificial, hilvanada por una traslúcida telaraña de conjeturas pseudo históricas e intrigas de politicastros. Tienen razón quienes afirman que Galitzia no es más que la invención de unos ministros austríacos de hace ciento cincuenta años".

¿Es tan así? Según otros textos, Galitzia fue un reino independiente en la Edad Media, fue parte de Polonia en el siglo XIV y se incorporó a Austria en 1772. Andrujovich no puede desconocer la historia larga de Galitzia, puesto que la cita incansablemente, si bien no de la manera convencional o no desde los datos convencionales. La cita pertenece al ensayo que da nombre al libro, que profundiza especialmente sobre Galitzia como un no-lugar. Claramente, es una licencia poética, por así decirlo, para reforzar su irónica visión sobre su territorio natal como una representación de la esencia del posmodernismo. O quizá sí tiene razón: es posible que la división administrativa de hace ciento cincuenta años obedezca a la decisión burocrática de devolver el nombre propio y de otorgar identidad a una región que desde muchos siglos atrás había dejado de ser una unidad independiente. Tierra de todos y tierra de nadie. Uno de los capítulos notables del libro describe la historia de los gitanos, quizá la mejor muestra de un pueblo que no pertenece a ninguna parte, cuyos orígenes, sin embargo, pasan directamente desde una isla mitológica en un mar ficticio a Lvov (o Lviv, Lwow, Lemberg). En Galitzia se fabrican mejores alfombras kelim que en Turquía. Hay sinagogas, mezquitas, iglesias ortodoxas, iglesias católicas. Quizá porque la región es, efectivamente, una entelequia creada por la burocracia imperial, no ha habido -y al parecer no habrá- conatos de independencia política, y la cuestión de la identidad se debate a la manera Andrujovich, entre ruinas, retazos y recuerdos de pasadas dominaciones.

Vista panorámica de Lvov

Puede ser pertinente la pregunta de por qué una obra sobre una región tan disímil puede ser interesante para apreciar mejor la realidad criolla. Tal vez se trata solamente de un buen libro, de estilo seductor y provocativo contenido, al menos para quien cree que la literatura de la Europa Central no sólo está destinada a las señoras adictas a la pastelería vienesa. O tal vez es la fuerza del contraste entre dos realidades, el joven país sudamericano que está a medio camino de todo y la vieja región europea transida de historia, pero con un destino marcadamente incierto que a su vez está inscrita en un país a la deriva, "esa gran comunión noctámbula de un pueblo borracho, del que brota la generosidad, el amor y el afecto; así somos, una gran familia, la mafia, hermanos y hermanas todos".

O tal vez es, simplemente, que, cuando se habla o escribe desde la periferia, el discurso resuena y encuentra ecos. Gilles Deleuze y Feliz Guattari escribieron un breve ensayo llamado Kafka. Por una literatura menor. Postulaban una idea interesante: que Kafka escribía desde los márgenes del alemán, con una sintaxis y un léxico propios de un pequeño grupo de familias alemanas de Praga, muy distinto del alemán propio del centro de la cultura germana. Según ellos, era la mejor manifestación de lo que denominan literatura menor, no en el sentido de la calidad ni de la extensión, sino de aquella que se articula en la periferia de la lengua. Tal como la escritura de los galitzianos y las literaturas menores de América Latina, menores respecto de la peninsular. Hay otras similutudes más obvias: Andrujovich, nacido en 1958, creció en un régimen dictatorial y participó en la búsqueda de cuerpos enterrados en tumbas sin nombre luego del derrumbe de la Unión Soviética; y vivió, y sigue viviendo, una problemática transición a la democracia, más complicada y conflictiva, desde luego, que la chilena.

Apocalíptica de Chernobyl. Cientos de camiones abandonados bajo el vuelo de helicópteros equipados contra la contaminación. Piezas y partes de los vehículos se transaron en el mercado negro. Quedan sólo las carcazas.

Pero hay más. Para el lector universal, sobresale el vigor del estilo de Andrujovich, alimentado por la conciencia de lo que significa ser escritor, más allá y más acá de Chernobyl.

"Ahí está el escritor. Su número de lectores se reduce cada vez más y entre su público sólo van quedando fracasados como él. El idioma materno gira a su alrededor y cada vez es menos un medio de comunicación y más una fortaleza, o, mejor dicho, una concha. Su futuro -el último refugio del grafómano- no queda justificado (a su alrededor observa a la juventud, necia y cínica; los mejores huyen, emigran, se mimifican). Claro que nadie tiene derecho a prohibir a las personas buscar lo mejor de sí, ni tan siquiera a un escritor.

Entonces, ¿qué le queda?

Ahora que lo pienso, le queda algo, y muy importante: esforzarse por escribir bien. En una sociedad lumpenizada, gobernada por instintos y no por ideas, el papel del escritor sigue siendo el mismo. Siempre es el mismo. La única diferencia es que debe ser consciente de que no le escucharán. Esto no significa que no tenga la obligación de escribir bien. Por regla general se trata de una obligación sobre uno mismo, pero no siempre.

Al escritor suele quedarle la esperanza, algo que es posible incluso después de Chernobyl."

Luminosas palabras desde un paisaje devastado. Quizá Andrujovich es el profeta del siglo XXI. Quizá bajo la cáscara de la modernidad y el emprendimiento están sólo la ruina, la decadencia y la furia... y la esperanza. Por lo menos, aún no hemos tenido nuestro Chernobyl.

Etiquetas:

lunes, mayo 14, 2007

Canaris

1. Canaris y Chile. Es llamativo que el almirante Wilhelm Canaris -personaje misterioso, cuya fama como jefe de los espías del Tercer Reich trascendió largamente su época- no esté incorporado al panteón místico-revisionista que con tanto entusiasmo ha cultivado Miguel Serrano, mausoleo que ha recibido, en los últimos años, más de una reverente visita desde el territorio de la ficción made in Chile.

Es llamativo porque el almirante tuvo una larga relación con Chile, según lo documenta Richard Basset en El enigma del almirante Canaris. Historia del jefe de los espías de Hitler. Navegó por estas costas. Hizo ejercicios navales en Tierra del Fuego y Chiloé. A bordo del Dresden, jugó al escondite en el Pacífico Sur, durante varios meses, con la flota imperial inglesa en 1916. El Dresden fue el único navío alemán que sobrevivió a la catastrófica derrota teutona en las Falkland, a fines del año anterior; y cuando finalmente fue atrapado frente a las costas de Juan Fernández, una última y habilidosa jugada del subteniente Canaris, oficial de inteligencia a bordo, permitió que la tripulación desembarcara y hundiera su barco, impidiendo así a los ingleses darse el gusto de cañonearlo a discreción (buscando fotos del Dresden, di con el sitio web de la comuna de Juan Fernández, donde hay una versión de la historia bastante distinta a la de Bassett). En premio a su desempeño fue el primer oficial autorizado huir del archipiélago chileno, donde se suponía que toda la tripulación del Dresden debía permanecer internada hasta el fin de la guerra. Demás está decir que la fuga de Canaris (y, luego, de casi toda la tripulación) contó con el decidido apoyo de los anfitriones.

Canaris, con el curioso seudónimo de Reed Rosas, “un melancólico viudo chileno”, cruzó la cordillera y se embarcó hacia Europa en Buenos Aires. Fue destacado a España, país donde organizó eficazmente la red de apoyo y abastecimiento a los submarinos alemanes. Descubierto en el juego del espionaje, estuvo a punto de ser atrapado cuando huía de España a bordo de un submarino, pero logró regresar a su país.

Cuando ya era jefe del Abwehr, el servicio de inteligencia exterior de Alemania, mantuvo una relación cercana con el agregado naval chileno destacado en Berlín, Alfredo Hoffmann, a quien prestó un gran servicio. En agradecimiento, “todos los datos de relevancia que supo Hoffmann en sus tareas de inteligencia fueron comunicados asimismo a la Abwehr”. Es difícil, sumamente difícil, que Alfredo Hoffmann haya tenido algo que ver con la creación del personaje de Carlos Ramírez Hoffmann, el infame Ramírez Hoffmann, en La literatura nazi en América, de Roberto Bolaño. Mal que mal, el apellido de marras es bastante común en Chile. Pero vaya uno a saber. En el listado de documentación privada que abre la bibliografía selecta del libro de Bassett, están los Archivos de Hoffmann (Chile). Según el muy poco confiable Víctor Farías, Alfredo Hoffmann figuraba en "una 'lista negra' de los oficiales antinazis" en las fuerzas armadas chilenas, elaborada por la Abwehr, que cumplía una función orientadora "en sentido defensivo". Si lo que asegura Bassett es cierto, o al menos apunta en la dirección correcta, es bien probable que la lista de Farías no haya sido precisamente negra.

2. Canaris y los nazis. La ausencia de Canaris del panteón mítico mágico energético de la Patagonia chilena puede explicarse, claro, cuando se precisa que Canaris no fue nazi. Desde el comienzo de su desempeño como jefe de la Abwehr siguió el doble juego de fortalecer su servicio, haciéndolo el más eficiente en las tareas de espionaje, y de socavar, paralelamente, el esfuerzo bélico del Reich.

La tesis de Richard Bassett es que el almirante desempeñó un papel crucial en los intentos de derrocar al régimen nazi, que estuvieron más cerca del éxito en 1938 que incluso en 1944, cuando el azar libró a Hitler de los mortíferos efectos de la bomba colocada por von Stauffenberg en Rastenburg, Prusia Oriental, desde donde el führer dirigía el curso de la guerra (o lo que de él podía dirigir a esas alturas); y más todavía en las gestiones -siempre secretas, a contrapelo, en juegos dobles y hasta triples- para negociar la paz, intentos que se prolongaron hasta bien entrado el año 1943.

Su postura le salió cara. A comienzos de 1944, la Abwehr fue intervenida y Canaris pasó a retiro. No participó ni de lejos en el atentado de Stauffenberg, aunque sabía del intento y fue rápidamente informado del fracaso; pero era un sospechoso ejemplar y, como tal, fue rápidamente encarcelado. En abril del año siguiente, cuando la caída de Berlín era inminente, Canaris y otros prominentes opositores fueron ahorcados, para evitar que cayeran en manos de los aliados.

3. Canaris y las negociaciones de paz. Bassett sostiene que los esfuerzos para negociar la paz fueron mucho más sostenidos y firmes que lo que indica la historia oficial. También desmiente categóricamente la tesis de que, de haberlo querido realmente, la oposición a Hitler lo habría desbancado con facilidad.

Entre ambas interpretaciones, el autor busca una línea propia que contribuya a una labor de suyo difícil: develar la vida de un espía ejemplar. La censura -aún- sobre material confidencial dificulta conocer el mapa completo, aunque queda claro que hubo, siempre, intentos. Cuán cerca estuvieron de concretarse, es harina de otro costal. En su empeño por resaltar la figura de Canaris, Bassett parece caer, a veces, en la exageración opuesta.

Etiquetas:

Dos clásicos

Reseñas publicadas recientemente en la revista El Sábado de El Mercurio

Sesenta relatos

Dino Buzzati es más conocido para el lector español por una película, El desierto de los tártaros (1976) dirigida por Valerio Zurlini y protagonizada por un elenco pocas veces visto en la historia del cine europeo: Vittorio Gassman, Giuliano Gemma, Philippe Noiret, Francisco Rabal, Jacques Perrin, Fernando Rey, Jean-Louis Trintignant y Max von Sidow, entre otros. La novela fue editada por Alianza en el mismo año del estreno cinematográfico, aunque la edición italiana es de 1940. Ambas obras discurren en sordina, en una lenta, morosa y angustiante espera de que finalmente se concrete la amenaza que pende sobre la guarnición de la fortaleza en el borde del desierto. Abierta a mil interpretaciones, con resonancias de la gran tradición narrativa de la Europa central, la novela escapa de su tiempo -un tiempo bélico- y se inscribe como una de las grandes fábulas sobre la existencia humana.

Más allá de Italia, el autor podría haber quedado como el responsable de una obra maestra, y nada más. No es un mal destino (aunque, ciertamente, sería bienvenida una reedición de la novela), pero el azar ha sido benévolo y hay más Buzzati disponible. En 2003, Emecé publicó El derrumbe de la Baliverna, una colección de relatos breves de raro misterio y poderosamente imaginativos; y en 2006 apareció Sesenta relatos, seleccionados y publicados con ese título por el mismo Buzzati en 1958. Aunque publicó algunos cuentos más antes de morir, aquí está lo principal y mejor de su copiosa obra en este género, que cultivó con maestría y contra la corriente o contra las corrientes: escritor inclasificable, es posible establecer sus raíces, pero su narrativa creció en direcciones inesperadas. Un relato cotidiano -y hasta sórdido- se transmuta, casi sin mediar transición, en una historia de resonancias apocalípticas. En los canales australes se verifica una batalla naval entre fuerzas que unen lo fantasmal con lo terrible. Una broma de mal gusto tiene efectos impensados e irresistibles. No son sólo ejemplos de originalidad en el tratamiento del relato, sino también una pálida muestra de cómo Buzzati se zafó de las discusiones en boga para levantar un proyecto narrativo que permanece incólume ante el paso del tiempo.

Sesenta relatos
Dino Buzzati
Editorial El Acantilado, Barcelona, 20
07. 613 páginas.


Bomarzo

El escritor argentino Manuel Mujica Láinez (1910-1984) llegó tarde, pero llegó, a los beneficios del boom de la narrativa latinoamericana en la década de los sesenta, cuando ya había publicado buena parte de su obra. En 1963 recibió el Premio Nacional de Literatura en Argentina; y un año antes publicó Bomarzo, novela histórica ambientada en la Italia renacentista, único libro suyo que permanece en los catálogos editoriales. La historia del autor es ejemplar: gracias al boom (y a Bomarzo), el conjunto de su obra gozó de una efímera fama. Cuentos y novelas históricos que fatigaban la crónica de Buenos Aires, muy lejanos en calidad y proyección a los de Borges o Marechal o Mallea, y, ya a la sombra directa del frondoso árbol del boom, obras que exploraron sin mucho brillo el filón del realismo mágico, se editaron y se leyeron con gran generosidad. De todo ello sólo sobrevive la novela italiana, que no fue adaptada al cine pero sí fue la base de una ópera que la crítica calificó y califica aún de “mítica”, a cargo del compositor Alfredo Ginastera.

La primera edición de Bomarzo en la editorial Sudamericana pertenecía a una colección de tamaño pequeño y, por ello, era grotescamente gruesa, aparte de mal encuadernada. Un libro que costaba leer, en papel de mala calidad, que se desarmaba y que, sin embargo, atrapaba de inmediato. El jorobado de Bomarzo, el heredero mal querido, el creador del Bosque de los Monstruos, el conspirador cortesano, el personaje histórico herido por la promesa de un destino singular tanto como por la grotesca joroba que le mereció el desprecio, si no el odio, de su padre, es un personaje fascinante que Mujica logró atrapar con pleno éxito. Bomarzo, a pesar de las 700 páginas, no cansa e incluso se relee con placer, aunque la pesada ornamentación del lenguaje dé, a estas alturas, un poco de risa, por ese curioso supuesto de que una novela histórica debe estar escrita de manera arcaizante. No deja de haber ahí cierto misterio. El autor no merece, en general, más que la mención de rigor por los premios que obtuvo, pues es de aquellos que el tamiz de la historia condena inexorablemente al olvido. Y, sin embargo, Bomarzo, la menos argentina de sus novelas y probablemente una de las menos latinoamericanas de la historia, sigue convocando lectores. Larga vida al duque de Bomarzo, Pier Francesco Orsini.


Bomarzo
Manuel Mujica Láinez

De Bolsillo, Buenos Aires, 2007. 699 páginas.

Etiquetas: