Jack London: de perros y lobos
En 1897, a los 21 años, Jack London se sumó a la corriente humana que fluía hacia Alaska, en medio de la última “fiebre del oro” del siglo XIX. El joven London, quien ya había ganado un concurso de cuentos, no encontró oro ni se hizo rico, pero el acopio de experiencias en las lejanas tierras septentrionales fue un valiosísimo material para nutrir una de las vetas más generosas de su narrativa: el hombre frente a la naturaleza o, mejor aún, la fuerza indomable de la naturaleza y lo implacable de sus designios.
Con la lejana música de fondo de la teoría de la evolución de Darwin, todo un estreno intelectual algunas décadas antes, London escribió un díptico curiosamente simétrico, La llamada de la naturaleza (1903) y Colmillo Blanco (1907).
En la primera, un perro del sur es raptado y llevado hasta Alaska, donde aprende a arrastrar trineos y trabaja hasta la extenuación; cuando está a punto de morir de agotamiento, lo salva un hombre blanco y Buck se convierte en su mejor amigo y compañero de aventuras en la búsqueda del oro. Pero el perro siente que los bosques, los ríos y la fauna interpretan una canción cuya melodía es extrañamente atractiva, tanto que progresivamente lo lleva a romper sus vínculos con los hombres para regresar al estado del depredador salvaje inscrito en la herencia lupina que lleva en la sangre.
El desenlace es el camino inverso de El llamado de la naturaleza: cuando por fin Colmillo Blanco ha encontrado la horma de su zapato en un bull dog que se aferra implacable a su garganta, es rescatado por un hombre blanco que poco a poco, con infinita paciencia, le enseña el lenguaje del respeto y del amor. Tan fuerte es el vínculo entre el lobo y el hombre, que Weddon Scott se resigna a llevar a Colmillo Blanco a las cálidas tierras del sur, donde, finalmente, tras un complicadísimo aprendizaje, el lobo invencible recibe un nuevo nombre, el Lobo Bendito, tras salvar al padre de Weddon y a su familia del ataque de un criminal (“era un hombre feroz. Había sido creado mal. No había nacido bien y las manos de la sociedad no lo habían ayudado en nada al moldearlo”).
De este modo, Colmillo Blanco realiza el camino inverso al de Buck, el orgulloso perro casero que deviene salvaje. El llamado de la naturaleza se contrapone a lo que London llama, en la segunda novela, “el llamado de la especie”, el llamado de milenios de domesticación, de cercanía con el hombre y aceptación de su ley a cambio de calor y comida.
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